Hannah caminó hasta la silla acolchada y se dejó caer con un suspiro cansado. A sus cinco meses de embarazo, su vientre ya estaba enorme y pesado. Además, se agotaba con facilidad; la espalda comenzaba a dolerle con frecuencia y los pies se le hinchaban si pasaba demasiado tiempo de pie.
Por suerte, aún no había presentado ninguna complicación.
Hannah se aseguraba de seguir cada recomendación al pie de la letra para asegurarse de que su embarazo continuara por el mismo rumbo.
Todavía no conocía el sexo de los bebés. Ella y Teo habían decidido esperar hasta el nacimiento.
—Recuerdo lo que era estar embarazada de dos —comentó Lionetta sentándose junto a ella, mientras mantenía la mirada en sus hijas, que jugaban en el patio—. Lo único que quería era dormir todo el día y no podía esperar para que nacieran.
—Me sucede lo mismo… Y no hablemos de las ganas de comer a todas horas —respondió Hannah con una sonrisa suave, acariciando su vientre—. Es una suerte que Teo pensara en todo cuan