Hannah estaba conteniendo el aliento, contando los segundos. Entonces el familiar sonido de los corazones de sus bebés llenó la sala, tan fuertes y rápidos como los recordaba. Un suspiro de alivio se le escapó antes de que la emoción la desbordara en una mezcla de llanto y risa. La doctora aún no había dicho nada; seguía concentrada en la pantalla del ecógrafo, pero aquel sonido bastó para apaciguar sus temores. Sus bebés estaban bien. Tenían que estarlo.
—Ahí están sus pequeños, tan fuertes como los recuerdo —dijo la doctora, como si supiera que Hannah necesitaba escucharlo—. Si ven en esta zona de la imagen, hay una pequeña mancha negra. Ese es un hematoma subcoriónico. Eso es lo que produjo el sangrado.
Teo frunció el ceño, preocupado.
—¿Eso es grave?
—En la mayoría de los casos, no —respondió la doctora con suavidad—. Se trata de una acumulación de sangre que suele reabsorberse por sí sola. Lo más importante es que, como acaban de escuchar, los latidos de los bebés están fuertes y