En cuanto salieron a la sala de arribos y cruzaron la cinta de seguridad, un alboroto comenzó a formarse a unos metros. Bastaron unos segundos para que empezaran a llamar el nombre de Teo.
Cuatro hombres los rodearon y los condujeron hacia un lado de la sala para no obstaculizar el paso.
Hannah tardó apenas un instante en deducir que eran los guardaespaldas que Angelo les había informado que los esperaría a su llegada. Todos parecían construidos a base de acero. Eran altos, imponentes y formaban un muro impenetrable.
—Supongo que la gorra no hizo mucha diferencia —murmuró él.
Hannah soltó una risa suave.
—No, creo que no.
—Es una suerte que Angelo siempre piense en todo.
—El señor estará aquí en un momento —informó uno de los hombres, mirando a Teo, quien asintió con la cabeza.
—¿Todos los italianos son tan atractivos? —le preguntó Hannah en voz baja, con una sonrisa descarada, mientras echaba un vistazo a los guardaespaldas.
Los gritos más allá del muro continuaban, pero, por el mom