Hannah sonrió, aunque por dentro hervía de furia. En otro momento quizá habría tomado aquel comentario como un halago, pero la manera en la que él la había estado mirando durante la cena, solo podía sonar ofensivo.
Después de tantos años en la industria, debería haberse acostumbrado a los comentarios con doble sentido y a los chistes machistas, pero no lo estaba. Los odiaba. Odiaba la misoginia oculta detrás de bromas que se suponía debían ser divertidas. Pero lo que más odiaba era tener que sonreír como si no le importara ser blanco de acosos y burlas.
—Qué amable de su parte —dijo porque no le ocurrió nada más inteligente, no cuando tenía mil insultos en la punta de la lengua que luchaba por no soltar.
Teo dejó la servilleta a un lado y se puso de pie.
—Ha sido suficiente —declaró con dureza.
Había permitido que la situación llegara demasiado lejos; debería haberse marchado en cuanto vio a Roberts mirar a Hannah con descaro. La culpa comenzó a carcomerlo. Ningún trabajo valía deja