Piper se cubrió la boca mientras soltaba un bostezo. Estaba muerta de cansancio. La breve siesta que había tomado en el bus, camino a la universidad, apenas había servido para mejorar la situación.
Era consciente de que se veía fatal. Su cabello estaba recogido en una cola que apenas lograba disimular el enredo que era —no había tenido tiempo ni de pasarse el peine—; no se había molestado en cubrir las ojeras porque no solía usar maquillaje en el día a día, y llevaba puesta una sudadera grande, la primera que había encontrado al salir de casa.
Había trabajado la noche anterior y, aunque había logrado llegar un poco temprano, se había quedado estudiando hasta la una de la mañana. Ese día se despertó tarde y tuvo que correr a la parada para llegar a tiempo. Al menos había valido la pena; había llegado con tiempo de sobra.
Se sobresaltó cuando alguien le tocó el hombro y se giró.
—Hola, ¿Piper, verdad? —preguntó uno de sus compañeros con una sonrisa.
Era un chico atractivo, de sonrisa pe