4.- El vecino

—Hola Milly —me saluda Arya. 

—Hola, ¿cómo están?

—Bien, pero estoy ansiosa porque me cuentes ¿cómo fue tu primer día? —me interroga. 

—No me puedo quejar, aunque el jefe es un poco estricto, me recibieron muy bien todos —le explico omitiendo a Yurem, que es la única que parece odiarme. 

—Me alegro, si necesitas algo no dudes en llamarme, sabes que puedes contar conmigo para lo que necesites. 

—Gracias, Arya.

—Ahora ve a descansar, yo le contaré a Enzo para que no te llame y te interrogue. 

Sonrío al imaginarlo pidiendo todos los detalles. 

—Perfecto, saludos a mis pequeños. 

Colgamos y llego al edificio de los apartamentos, estoy por bajarme cuando de nuevo entra el Jeep negro a toda velocidad, pongo los ojos en blanco, espero no conocer a ese niño de papi, estoy segura que será muy desagradable y prepotente, con esa manera de conducir ya me cae mal. 

Al llegar al elevador acababa de cerrarse y ya no lo alcancé, por estar peleando mentalmente con el tipo ese, ahora tengo que esperar algunos minutos para que vuelva a bajar. 

Subo al apartamento y de nuevo, el vecino cowboy tiene música a todo volumen, a ese vecino si tengo curiosidad por conocerlo. 

Entro al apartamento y voy directamente a mi habitación, guardo la pistola en la caja de seguridad y dejo mi placa sobre la mesita de noche. 

Me quito el uniforme y al quedar desnuda, me miro en el espejo y paso mis dedos por las marcas que tengo en el abdomen, ahora son muy leves, pero al verlas siento que me duelen, soy consciente de que es algo más psicológico. Son heridas que se quedarán ahí para siempre, recordándome que pasé por momentos muy desagradables. A veces pienso que sería bueno que recordara todo, ya que mi mente juega con mi imaginación y es horrible pensar lo que pudieron hacerme. 

Arya nunca ha querido hablar de eso, pero estoy segura que ella vió más de lo que me ha contado, y yo, nunca he tenido valor de revisar el expediente de Massimo. 

Mi piel es muy blanca, por lo que cualquier cosa se nota mucho más, miro mi cara y noto mis ojeras muy marcadas, ya que hay ocasiones en las que no duermo bien. Al menos mis ojos han recobrado un poco el brillo que habían perdido, mi padre dice que son de un color especial, según él son color avellana, para mí son verde oscuro. 

Ultimamente me siento muy delgada, intento ejercitarme la mayor parte del tiempo, el ejercicio ayudaba mucho con mis crisis de abstinencia, aunque ahora son muy lejanas, nunca se sabe en qué momento se puede presentar alguna. 

Dejo mi cabello suelto y masajeo un poco mi cuero cabelludo, no me gusta traerlo recogido, pero es más cómodo para el trabajo ya que lo tengo muy largo. 

Me pongo un conjunto deportivo y voy a la cocina, preparo algo para cenar y me siento en la sala mirando hacia el mar, me gusta como la luna se refleja sobre el agua, ver el movimiento del mar me calma. 

Termino de cenar y recojo las cosas que ensucié en la cocina. 

Vuelvo a la habitación y hago varios ejercicios relajantes para intentar dormir toda la noche, aunque tuve la opción de tomar medicamentos para dormir, preferí rechazarlos, no quiero llenar mi cuerpo de más basura, fueron solo unos meses drogada y jamás me imaginé que la recuperación fuera un proceso que nunca termina.

Después de mis ejercicios, me quito la ropa quedando en ropa interior y me acomodo en la cama, doy varias vueltas y después de unas horas logro conciliar el sueño. 

Por la mañana, me siento muy descansada, desperté a las seis, pero me siento bien, tengo tiempo de sobra para preparar el desayuno y alistarme para ir al trabajo; después de la ducha, me maquillo un poco ocultando mis ojeras y recojo mi cabello en un moño un poco desordenado.  Al terminar, recojo mis cosas y abro la puerta para salir. 

Me quedo impresionada al encontrarme con mi vecino, al que imaginaba como un cowboy, es nada más y nada menos, que mi jefe. 

—Buenos días, Harper —me saluda. Al parecer él ya sabía que éramos vecinos, ya que no luce sorprendido al verme. 

Tiene un pantalón negro y una camisa gris, su cabello está húmedo y puedo notar el aroma de su loción, fresca, sutil y varonil. 

—Buenos días —lo saludo. 

Caminamos al elevador en silencio.

—Yurem es un poco seria cuando llega alguien nuevo al equipo, pero te aseguro que se le pasará —dice al subirnos al elevador. 

Asiento, ya que no se que responder. Bajamos al estacionamiento y se queda de pie mirándome mientras camino hacía mi coche. 

—Nos vemos en un rato —le digo y me subo.

Enciendo el coche y salgo del estacionamiento. Estoy impresionada al saber que mi jefe es mi vecino, jamás me lo hubiera imaginado escuchando música country. 

Llego a la oficina y como es un poco temprano, Dario aún no llega.

—Buenos días, Milly —escucho la voz de Bartice a mis espaldas, justo antes de abrir la puerta. 

—Buenos días, Bartice —me doy la vuelta para saludarlo y está sonriendo.

—¿Qué tal tu nuevo empleo? —me interroga. 

—Estoy entusiasmada, espero no defraudar a mi equipo. 

—No creo que eso pase —asegura—. Todos son excelentes, aunque Nathan es algo intenso, en el fondo es buen jefe —asevera—. Ahora me voy a empezar el día de trabajo, nos llegaron varios cuerpos en el transcurso de la noche y hay mucho qué hacer. 

—¿No te parece extraño estar rodeado de…?

—¿Cadáveres? —termina la pregunta por mí y asiento—. No, no me parece extraño, la verdad temo más estar rodeado de los vivos, esos si pueden dañarte, además, me gusta mi trabajo, digamos que ayudo a descubrir los últimos momentos de las personas y eso no cualquiera lo hace. 

—Tienes razón, incluso gracias a ti se puede hacer justicia. 

—Eso es lo que más me gusta, cuando los culpables pagan por sus crímenes. 

—Buenos días —saluda Nathan.

—Parece que hoy no estás tan de mal humor como siempre —le dice Bartice—. Es muy extraño que este hombre tenga una buena mañana —lo señala. 

Nathan lo ignora y abre la puerta de la oficina. 

—Nos vemos, Milly —se despide Bartice y sigo a Nathan antes de que cierre la puerta. 

Aún no ha llegado nadie, así que me voy directamente a mi área de trabajo, el olor a café inunda la oficina y Nathan sale con una taza en las manos.

—Ahí tenemos café y algunas cosas para comer —señala la habitación a sus espaldas —. Es nuestra pequeña cafetería, puedes tomar lo que quieras. 

—Gracias —respondo. 

Entra a su oficina y cierra la puerta, no soy muy amante del café, usualmente prefiero el té, pero no puedo negar que el olor hace que se me antoje uno. 

Los chicos empiezan a llegar y me saludan muy amables, a excepción de Yurem, que me ignora. 

—¿Tienes algo que hacer el fin de semana? —me interroga Dania. 

—No, en realidad no conozco mucho la ciudad, hace muy poco que llegué. 

—Perfecto, entonces toma —me entrega un sobre negro. 

—¿Qué es esto? 

—La invitación a mi fiesta de divorcio —responde. 

—¿Fiesta de divorcio? —pregunto confundida. 

—Imagínate que Dania iba a festejar su boda el próximo sábado —me explica Jang—. Y hace unas semanas, descubrió a su esposo en la cama con el mejor amigo. 

Abro los ojos sorprendida y Dania sonríe. 

—Fue duro, no lo voy a negar, pero las señales estaban ahí: se mantenían juntos, viajaban juntos, incluso se lo trajo a vivir con nosotros al poco tiempo —murmura—. Lo intuía, pero el amor te ciega completamente, así que por alguna razón, no quise aceptar lo obvio.

—Lo siento —digo apenada. 

—Nos casamos hace unos meses, porque le iba a arreglar su estatus legal, pero haríamos el festejo en grande, el sábado —me explica—. El colmo fue, que cuando los encontré, los muy sinvergüenzas me invitaron a hacer un trío —bufa—. En fin, todo lo de la boda está pagado y no vamos a desperdiciar nada, la temática de la fiesta cambió, pero no vamos a dejar que se pierda todo lo invertido, así que vamos a celebrar mi divorcio. 

—Ahora el imbécil pretendía que Dania siguiera con los trámites para arreglar su estatus legal —agrega Yurem—. Imagínate, no quería firmar el divorcio, hasta que Nathan y Hammer fueron y le sugirieron amablemente que firmara. 

—Fuimos demasiado amables —gruñe Hammer—. Ni siquiera hubo necesidad de presionar —se burla—. Con las ganas que tenía de retorcerle el cuello —bufa y Dania se ríe. 

—¿De dónde es tu ex? —le pregunto a Dania.

—De México, hace un año fui a visitar a mi familia y ahí lo conocí, empezamos una relación a la distancia y me enamoré, después de unos meses, lo traje a vivir conmigo, no tardó en traerse a su mejor amigo y aunque no estaba muy de acuerdo en que viviera con nosotros, lo acepté. Decidimos casarnos para arreglar su estatus migratorio y que pudiera trabajar sin problemas, aunque por suerte, los trámites se retrasaron lo suficiente para que yo descubriera la verdad. 

Paso saliva incómoda, imaginando lo que sufrió Dania con está situación. 

—No me mires así —me pide—. Sufrí, pero fue mejor saberlo ahora, además no era bueno en la cama, su bala era demasiado pequeña y se disparaba rápido, tenía eyaculación precoz —bufa haciendo mala cara y todos sueltan una carcajada. 

—¿Y Bartice también tiene eyaculación precoz y bala pequeña? —le pregunta Hammer. 

—No, pero su hija rebelde me baja cualquier libido, confieso que Bartice es un experto muy bien armado —suspira—. Si no fuera por su hija, le pediría matrimonio.

—¿Tú y Bartice tienen una relación? —indago. 

—No, Emilia, tenemos algunos encuentros de vez en cuando, está divorciado y tiene una hija bastante pesadita, así que una relación, sería imposible —me explica. 

—Me pueden llamar Milly, me siento rara cuando me dicen Emilia —les pido  y asienten. 

—Demasiada plática de balas y eyaculaciones precoces, y no los veo trabajando —gruñe Nathan saliendo de su oficina. 

—¿Te cayó el saco? —le pregunta Hammer burlón. 

—Sí claro, con estás conversaciones mi problema de precocidad empeorará, ustedes no ayudan —responde sarcástico. 

—¿Irás a la fiesta de Dania? —lo interroga Yurem. 

—Claro que irá, si no lo hace estaré enojada con él de por vida —asevera Dania. 

—¡Pónganse a trabajar! —exclama—. No quiero escuchar más intimidades en esta oficina y menos quiero saber los tamaños de las balas de nadie.

—Es gruñón, pero tiene buen corazón —cuchichea Dania. 

—Estoy aquí y puedo escuchar —dice Nathan—. ¡Y no soy ningún gruñón! —grita.

Sonrío al recordar a Enzo, ya que él también dice que no es gruñón y claro que lo es, creo que nunca dejará de serlo. 

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