Unas horas más tarde y después de haberlo hecho cinco o seis veces, Alexander estaba tumbado con Amelia en la cama, acariciándole suavemente la espalda mientras olía su pelo castaño oscuro.
- ¿Ya está satisfecha, señorita Jones? - preguntó burlonamente.
- De momento sí, señor Alderidge. - Contestó ella, levantando la mejilla y besándole los labios.
Alex se rió, se puso de lado y la miró fijamente, admirando la belleza de Amelia.
- Tenía miedo, ¿sabe? - confesó. - De que no funcionara después de tanto tiempo.
Amy sonrió mientras besaba sus labios rosados.
- No sólo funcionó, sino que funcionó demasiado bien, por cierto. - Contestó ella, mordisqueándole el trasero.
- ¿Tienes hambre? - preguntó él.
- Hambre. - contestó Amelia, volviendo los ojos hacia la ventana que había detrás de Alex y dándose cuenta de que ya había amanecido. - Dios mío, ¡ya ha amanecido!
- Entonces supongo que es hora de desayunar. - Contestó en un tono de desenfreno e ironía. - Helen ya debe estar despierta.
- Ten