Capítulo Diecisiete

Nada más entrar en la mansión, Amelia sintió caer sobre sus hombros todo el peso de los dos últimos días.

Apenas tuvo tiempo de subir las escaleras hasta el piso superior cuando oyó el ruido de las ruedas de la silla de Alexander acercándose.

- Amy, ¿va todo bien? - preguntó preocupado. - Te has ido. La señora Smith me dijo que tenías un problema familiar.

- Alex. - Se corrigió rápidamente. - Señor Alderidge, ¿podemos hablar más tarde? Estoy agotada.

- ¿Sr. Alderidge? - Le sorprendió aquella formalidad.

Alexander se acercó, cogiendo la mano de Amelia con suavidad y cuidado.

- ¿Qué ocurre? - volvió a preguntar.

- Necesito descansar. - dijo Amelia mientras le soltaba la mano y se alejaba.

Mientras subía las escaleras, las lágrimas empezaron a rodar por su rostro, entrometiéndose.

Amelia sólo podía pensar en lo mal que se sentía porque, en algún momento, necesitaba romperle el corazón y, automáticamente, el suyo propio.

Al llegar al dormitorio, se encerró y lloró. Lloró como si su vida
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