Capítulo 4

JESÚS CASTELO.

Después de un baño y ponerme ropa limpia, bajé al comedor para acompañar a Elena, en cuanto la cena fue servida, ella comió con regocijo. Mientras yo solo daba pequeños bocados, lo menos que me apetecía era comer.

— ¿No tienes hambre hermano? ¿O es que algo te aflige? —preguntó con una ceja levantada.

—Pienso en que al venir aquí por tu mentira le dejé el camino libre a un idiota que rondaba a mi futura condesa.

— ¡Ja! Entonces debo celebrar por eso. —se burló, y contuve un gruñido. —Vamos Jesús, un día me lo agradecerás, ¿todavía no aceptarás mi propuesta?

—No me casaré con esa mocosa puritana.

— ¿Cómo sabes que sigue siendo puritana si ni siquiera la has visto?, puede que siga vistiendo un poco recatada pero su belleza está bien acentuada. 

—Elena no sé lo que te propones pero busca a otro. —ella rodó los ojos.

—Eres tan obstinado y soberbio, pero puedo apostar mi hermoso collar de rubíes que en cuanto veas a Nicolle te sentirás profundamente atraído. 

—Mejor termina de cenar tu sola. —me levanté de la mesa, dejándola sola en el comedor.

Simplemente perfecto, perdí la guerra por Isabella y Caled Cambell de seguro pensará que hui por su amenaza.

"Quedé como un perfecto imbécil y cobarde. -pensé irritado".

NICOLLE.

Mi hermana Esmee me acompañaba a la boutique, ella necesitaba nuevos vestidos y yo despejar mi mente para no pensar en Pierre Lemoine y su asqueroso aliento, como sus grandes labios sobre los míos, mientras Esmee se entretenía probándose atuendos, yo recorro el lugar.

Encontrándome con la hermosa Duquesa Palacios.

—Su excelencia —ella me miró y una sonrisa adornó sus labios.

—Señorita Belmonte, al fin volvemos a vernos —Elena Castelo, viuda de Palacios, es una de esas mujeres que no puedes evitar mirar más de dos veces, considerada una de las mujeres más bellas entre los altos círculos sociales, con su cabello lacio muy oscuro y sus penetrantes ojos azules. 

No es de sorprender que a pesar de ya ser una mujer de casi treinta y un años, tenga a muchos pretendientes a sus puertas, su belleza y gran fortuna la hacen una opción muy práctica para casarse, tenía mucho parecido con el conde Castelo. 

—Señora Palacios, ¿viene por más vestidos?

— ¿No es obvio? Esta temporada debo lucir deslumbrante.

—Duquesa....

—Vamos Nicolle, deja de decirme así. Las formalidades ya comienzan a ser un fastidio entre amigas. —Le sonreí. 

—Lo siento... Elena.

—No sé si ya lo sabes, pero mi hermano ya regresó de su viaje.

— ¿En serio? —Guardé en lo más profundo mi entusiasmo y calmé el agitación de mi pecho — ¿Cómo está el conde?

—Regresó igual que siempre, irritable, soberbio y demandante, posiblemente se quede aquí el suficiente tiempo para que empiece la nueva temporada. —Él estaba aquí, después de tanto tiempo. 

—Fue un placer verla Elena. 

—Igualmente Nicolle. — asentí con una sonrisa y fui en busca de Esmee.

Tenía una idea en mente, después de pedirle a mi hermana que me acompañara a la mansión Castelo, al principio se mostró recia al acompañarme pero la convencí, salíamos de la tienda.

El conde puede ayudarme, él puede salvarme de Pierre, una vez me salvó de mi pequeña travesura, han pasado años, posiblemente ya ni le importe nada y recordar el bochornoso momento que pasé en su habitación, hacían que mis mejillas se acaloraran. Debía intentarlo. 

Jesús Castelo, después de tanto tiempo al fin podré volver a verlo.

JESÚS CASTELO

Después de la mudanza de Elena a la casa de su difunto esposo, pasé todo el día revisando los documentos y contabilidad de la mansión, al parecer mi hermana había hecho un gran trabajo administrando la gran casa familiar, algunos documentos eran de antiguos negocios de mi padre. Todo estaba en orden. 

Tocaron a la puerta.

—Adelante. —vi al mayordomo de la casa.

—Mi señor, lo busca la señorita Nicolle Belmonte.

Me vi sorprendido por tal visita, con una sonrisa le ordené que la dejara pasar. Dejé los documentos de lado y me levanté del escritorio, esperando ver entrar a la adolescente de hace años. La muchacha entró al despacho, pensé que vería de nuevo a esa misma niña desaliñada, que sorpresa tan agradable. 

La semilla había florecido, altura media, su cabeza llegaba a mi pecho, figura esbelta, nariz pequeña y respingona, labios carnosos y sus grandes ojos castaños adornaban perfectamente ese suave rostro. Elegante, refinada y preciosa. 

—Buenas tardes señorita Belmonte. —la vi temblar un poco cuando me acerqué. Interesante.

—Conde Castelo... 

—Dígame ¿qué desea? Su osadía de venir aquí tiene una razón, me interesa saberla —me miró a los ojos y su labio inferior tembló un poco. 

—Vengo aquí para pedirle ayuda.

NICOLLE BELMONTE.

¿¡Qué me pasaba!? Debía controlarme, pero tenerlo de frente después de tanto tiempo... Pasan los años y él seguía igual, en su mirada veía reflejada su sabiduría como el peligro que ahora representaba. 

—No me diga nada más Nicolle, sé para qué quiere mi ayuda, ¿De verdad piensa que yo intervendré para terminar la unión entre usted y el señor Lemoine?—mis piernas temblaron, él ya estaba enterado de todo.

— ¡No quiero casarme con él!

— ¿Y? ¿Qué esperas que haga?

— ¡Por favor milord! Usted puede ayudarme, puede impedir que me unan a ese... ese... —el conde me miró con una ceja arqueada.

— ¿"Ese" qué? 

—Por favor se lo suplico. 

— ¿Qué ganaría yo ayudándote?, sabes que soy un hombre que jamás se ha conocido por ser un alma de la caridad.  

—Eso lo sé muy bien. —todavía no puedo entender cómo es que al solo mirarte haces que mi piel se erice. — ¡Por favor! ¡Haré lo que sea! Solo... por favor ayúdame. 

Los intensos ojos azules del conde me miraron, y se fue acercando a mí, esos ojos tan penetrantes. Sentí ese sentimiento dentro de mi pecho, quemándome cada vez que lo veo, era ridículo.  

—Nunca digas "lo que sea", esas simples palabras harían que cualquiera se aprovechara de ti, muchacha ingenua.

— ¿¡Me ayudará o no!? —el conde hizo una sonrisa ladina.

—Debes regresar a tu casa.

— ¡Por favor conde Castelo!

—No lo volveré a repetir —sentenció con severidad, mordí mi labio inferior para contener mis lágrimas y con el poco orgullo que aún conservaba, lo enfrenté directamente. 

—Pensaba que no era cierto sobre su apodo, pero veo que es verdad; es solo un monstruo que no siente. ¡No merece siquiera llevar por nombre Jesús!—dije iracunda saliendo de su despacho.

¿Ahora qué haría? Solo tenía dos opciones, resignarme para atar mi vida a ese asqueroso tipo o escapar. La segunda opción es la más tentadora. 

JESÚS

Ella se marchó, al quedarme solo tuve mucho que pensar, ella deseaba con tanto fervor no casarse con ese hombre, ¿por qué debe importarme a mí si lo quiere o no? No es de mi incumbencia. Nicolle Belmonte, había pasado tiempo desde esa vez que se escondió en mi dormitorio y me besó en mi supuesto estado de sueño.  

Conocía un poco de la reputación de Pierre, abusador, infantil y caprichoso. Un imbécil en toda la extensión de la palabra. Mi hermana quería salvar a la muchacha, tal vez porque se veía a sí misma en la misma situación, pero si la ayudaba tendría que dormir con una niña, porque eso es ella, su ternura y esos rasgos acentuados en una belleza tierna y gentil, la hacen aún una niña.  

Me levanté del escritorio, no tendría que dormir o yacer con ella, solamente serán unos papeles.  

—No puedo creer que vaya hacer esto. —dije un poco molesto y salí de ahí. 

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