Capítulo 5

JESÚS CASTELO

La familia Belmonte siempre ha sido una familia tradicional que respeta las buenas costumbres, pero a la que también la domina el estatus y la ambición de poseer más, conozco muy bien al señor Belmonte y no será difícil convencerlo de darme a Nicolle.

Cabalgue hasta la entrada de la casa y dejo al caballo amarrado, me acerqué y golpeé la puerta, la abrió una sirvienta. 

— ¿Sí milord? ¿Qué desea?—preguntó con respeto.

—Busco al señor Belmonte. —la muchacha me dejó pasar y después de anunciarme con el señor Belmonte, pasé a la sala. Fran Belmonte seguía igual que hace unos años, lo que lo diferenciaba ahora, era su pelo casi canoso. 

—Conde Castelo, que placer verlo. —nos estrechamos la mano y tomamos asiento.

—Señor Belmonte, estoy consciente que debe suponer que mi visita tiene un motivo oculto. —él sonrió. 

—Así me temo, usted es igual que su padre, nunca ofrece sin recibir algo a cambio y tengo curiosidad por saberlo. Soy todo oídos milord. —sonreí con cinismo. 

—Quiero la mano de su hija menor, Nicolle.

—Conde Castelo, tal vez aún no lo sepa pero Nicolle ya fue prometida para...

—Sé muy bien para quien está prometida, pero dígame señor Belmonte, ¿Qué le puede ofrecer ese hombre a su hija? Además de una casa familiar casi en la miseria, un apellido que si yo lo deseo puede pasar al olvido de la corte. Por eso le pido que reconsidere la situación, ¿A quién cree mejor partido para unir a su hija? Ella a mi lado tendrá un título de Condesa, y usted podría volverse un Marqués. ¿No le interesaría la oferta?

El hombre lo pensó y en sus ojos brillaba la ambición, esto había sido más fácil de lo que había previsto, es estupendo ver como todos ceden cuando ofreces solo migajas.

—Usted gana Conde Castelo. —Dijo el señor Belmonte con una sonrisa —La mano de mi hija será suya. 

—Muy bien —cerramos el acuerdo con un apretón de manos —No me quedaré, solo vine por esto. Mañana vendré y espero que ya le haya informado a la señorita Nicolle sobre esto, deseo verla mañana. 

—Mi hija estará aquí como siempre Milord. —asentí y salí de la casa, en donde mi caballo me esperaba amarrado.

Vi a una sombra moverse entre los matorrales de la casona. El ladrón era demasiado escurridizo, lo seguí en mi caballo, él me miró y comenzó a correr. Logré alcanzarlo, desmonté el caballo y me tiré sobre él, rodamos por el piso, forcejeó sin conseguir nada, el muchacho era demasiado delgado. 

— ¡Suélteme!—quedé helado al escuchar la voz femenina, la sacudí por los hombros y le quité la gorra que mostró esa larga melena castaña. — ¡Déjeme ir! ¡No planeo atar mi vida a un ser tan asqueroso y despreciable!

—Que tan poca estima me tienes dulce Nicolle, de haber sabido que te era asqueroso y despreciable no hubiera hecho la petición

— ¿¡De qué habla!? — sonreí con malicia.

—Oficialmente eres mi prometida, Nicolle Belmonte. 

— ¡No puede ser cierto!

—Lo es, ahora te recomendaría que regresaras a tu casa. —intentó soltarse pero no la dejé. — Te soltaré solo si prometes ir directamente a tu casa. Hablo en serio Nicolle.

—De acuerdo, lo prometo. —dijo resignada, pero antes de irse de nuevo volteó a verme — ¿Por qué? ¿Por qué lo hizo? Usted mismo dejó muy en claro que no movería ni un dedo por mí. 

—Y no lo hice por ti —confesé, aunque a mí me sonó a mentira vil —Lo hice por mi hermana Elena, ella está empecinada en ayudarte y ella no es así. No es una mujer que puedas considerar un alma de buena caridad. 

En su mirada vi un pequeño destello de decepción, pero ¿qué esperaba ella? ¿Alguna propuesta romántica? La salvé de un imbécil, debería agradecerme de rodillas.

—Sean los motivos que fueran... Prefiero mil veces estar unida a usted que al señor Lemoine... Gracias Conde Castelo. — asentí con una actitud fría.

—Regresa Nicolle. —me miró por última vez y sin decir una palabra, regresó a su casa.

NICOLLE.

Me casaré, me casaré con el conde Castelo. ¿Podía ser esto un sueño y una pesadilla al mismo tiempo? Entré de nuevo a mi habitación. 

— ¡Pero qué haces aquí! —reclamó Esmee. Ella debía cubrirme el suficiente tiempo para que mis padres no notaran mi ausencia. 

—Hermana me casaré. 

— ¡Estás loca! ¿¡De verdad vas a casarte con aquél francés de mal aliento!?

—No me casaré con el señor Lemoine, desde hoy el conde Castelo es mi prometido.

— ¿Qué has dicho Nicolle? —Preguntó sin poder creerlo — ¡Tú y el conde!

En ese momento tocaron a la puerta.

—Señorita Nicolle su padre solicita verla en el salón. —miré a mi hermana.

—Ya iré. —le contesté a la doncella y rápidamente me vestí, quitándome las ropas negras, salí de mi dormitorio y fui hasta la sala, donde mi padre me esperaba con una expresión de tranquilidad. 

— ¿Qué desea Padre? —pregunté con la cabeza baja

—Nicolle por favor mírame —lo obedecí —Ya no te casarás con Pierre Lemoine.

— ¿Por qué padre? —pregunté con tranquilidad, tratando de no sonreír enormemente por la noticia. 

—Me he dado cuenta que él no es bueno para ti, el conde Castelo me ha hecho ver que ese hombre no traerá nada bueno a la familia.—A este punto luchaba contra mis deseos de saltar de felicidad y respirar de alivio —Por eso he decidido darle tu mano al Conde Castelo, él será tu esposo.

Nada podrá hacerme sentir tan llena de dicha, Pierre Lemoine quedaría fuera de mi vida y me uniré al Conde en Matrimonio, debía mantener la compostura.

—Si así es mejor para todos, lo acepto padre—respondí escondiendo mi sonrisa. — ¿Eso era lo que tenía que decirme?

—Así es.

—Bien querido padre, creo que tomaste una buena decisión. ¿Puedo retirarme? 

—Sí, puedes irte —asentí y subí las escaleras con rapidez para ir corriendo al dormitorio donde aún se encontraba mi hermana Esmee.

— ¿Así que de verdad te casas con el conde? —asentí feliz.

—Papá anulará el compromiso con Pierre Lemoine y dará mi mano al señor Castelo.

— ¡Felicidades hermana! —nos sentamos en la cama. —Al menos tú te casarás con tu amor.

—El conde no es mi amor, para él solo seré una obligación, me está ayudando por caridad de su hermana, pero aunque eso me decepcione y entristece, me deja libre de las manos de Pierre y eso es más de lo que puedo desear. 

—Nunca entenderé por qué padre quiso emparentarnos con ese asqueroso, pero ya se acabó, aunque algo que tampoco comprendo es el por qué se enfocó en ti que eres la menor.

—Hermana sabes que padre quiere casarte con el ángel de España. —la cara de mi hermana de iluminó cual enamorada.

—El hombre más deseado de España siendo mi esposo, es el sueño de cualquier mujer. Sé que podría enamorarlo, y nuestra unión no sería fría o vacía, aunque mi padre solo quiera formar parte del gran imperio que están formando los Ferrer aquí en Madrid. —le da una sonrisa consoladora y la abracé. 

—Sé que cuando te cases lo harás por amor, doy fe de eso. Tú serás feliz con el hombre que amas Esmee, rezo por ello.

ELENA.

Estaba en mi habitación, mi doncella me había ayudado a vestirme para dormir con un ligero camisón de seda. Hasta que me vi interrumpida por mi mayordomo. 

—Mi señora, su hermano vino a verla.

—Qué extraño de Jesús. —me levanté de la cama, y después de ponerme una bata para cubrirme fui directamente a buscarlo. Estaba en mi salón, tomando de mi vino. — ¿Qué deseas a estas horas de la noche querido Hermano?

—Deja de fanfarronear, ganaste. Lo haré. — levanté una ceja.

—No entiendo. 

—Me casaré con Nicolle Belmonte, ya le quité de encima a ese insufrible francés. —sonreí triunfante.

— ¡Fantástico! Debería brindar por esto. —me serví una buena copa de vino. — ¡Por tu futura unión Jesús!

Él hizo una mueca.

—No planeo formar parte de la escenificación de tal teatro, de eso te encargarás tú. 

— ¿Disculpa?

—Tú serás la encargada de organizar la ceremonia para el matrimonio, no tengo ánimos para eso, solo te pondré una condición, puedes pedir y comprar lo que quieras pero olvídate de hacer una gran fiesta. —rodé los ojos.

—Como si no te conociera hermano, sé que prefieres caminar sobre vidrio roto que dar un gran espectáculo, no te preocupes, serán pocas personas, solo las necesarias e importantes para que todo Madrid se entere que uno de sus condes más guapos y acaudalados ya no está disponible en el mercado matrimonial.

—Bien, habiendo dejado todo claro, me marcho.

—Espera Jesús —él volteó— ¿Qué te hizo cambiar de opinión? 

Lo meditó un poco antes de responderme.

—Ella me produce lástima. —lo miré fijamente, él no podía mentirme a mí. Se diferenciar a un mentiroso. 

—Eso me suena a mentiras pero ya aclararas tus deseos cuando se casen, por ahora tengo muchas cosas que hacer, planear, organizar, y con todo respeto ya lárgate de mi casa para que pueda dormir

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Al día siguiente tuve un día ajetreado, Jesús no se involucrará en lo que sería la organización y compra de todo lo necesario para la boda, me lo había dejado muy claro aquella noche, debía ir y hablar con la inocente Nicolle, aún no sabía que era lo que ella había hecho para que mi hermano aceptara, pero lo había conseguido. 

Casi a media tarde decidí pasar el rato en un restaurante, tranquilamente tomaba un café y comía una magdalena. Y sentí una molesta mirada sobre mí, muchos hombres podían mirarme pero el causante de esta mirada ya me había molestado, busqué de manera disimulada entre los clientes del local y lo encontré. 

Sus ojos eran como un fuego verde que me devoraba y eso me dejaba intranquila. Aparté la mirada, él me miraba y no quería que lo hiciera, por si fuera poco cuando lo vi sentarse enfrente de mí, no puede evitarlo y alcé la mirada. 

El famoso ángel de España, Antonio Yago Ferrer. Hijo de una de las familias más respetadas de todo Madrid. Los Ferrer, han sabido destacar por su desempeño en los negocios, como también en la fabricación de joyas preciosas. Cuyos diseños he llevado colgando de mi cuello desde hace mucho tiempo y por los que he mantenido e invertido en ellos, ambos ganamos. Mis dibujos y bosquejos le han servido muy bien a ese viejo para aumentar sus ventas y nuestros bolsillos. 

Tengo más trato con el hijo mayor de los Ferrer, Andrés. No conocía muy bien a Antonio el hijo menor, pocas veces me lo había cruzado y en esas pocas veces noté siempre su mirada y la deslumbrante sonrisa que hacía que muchas mujeres cayeran a sus pies.

— ¿Se le ofrece algo señor Ferrer? —pregunté con una ceja levantada pero él solo sonreía, era molesto.

Él podía ser uno de los hombres más deseados de España con su cabello rubio, rasgos masculinos y perfilados, unos muy atrayentes ojos verdes, todo un espécimen masculino que las mujeres adoraban disfrutar a lo lejos. Pero yo no entro en ese grupo, tenía una norma que jamás quebraba, nunca compartiría la cama con un muchacho como este, prefiero tener de amantes a hombres contemporáneos a mi edad y que tenga la destreza en el lecho que yo espero de un amante.

—Nada, solo platicar con usted lady Elena. —dijo con una sonrisa casi angelical que deslumbraría a cualquiera pero a mí comenzaba a incomodarme.

—Le pediré que no me llame por mi nombre. —Su sonrisa se borró —Si me disculpa tengo asuntos que atender.

— ¡Espere! —abrí los ojos sorprendida por su atrevimiento al tomar mi mano, él lo notó y dejó de tocarme. —Yo... Deseaba poder hablar con usted.  

—Eso no me importa, tu intervención me quita tiempo valioso que no puedo recuperar....

Me marché de ese restaurante y los días que siguieron no fueron los mejores. Me lo encontraba en todas partes, debía planear los detalles para la boda de mi hermano y ese muchacho no me dejaba en paz. Faltaba que me lo encontrara hasta en mi propia comida.

La doncella me ayudó a vestirme para la fiesta de máscaras a la que había sido invitada, me conocían por ser descarada, a veces coqueta y algo reveladora cuando asistía a ese tipo de fiestas, en donde a nadie le importaba quién eras, las máscaras eran un tapadera para dejarse llevar. 

El cochero se detuvo frente a la gran residencia, tenía mi invitación en mano y los hombres que guardaban la puerta no dudaron en dejarme pasar, no sin antes recorrer mi cuerpo con la mirada. Era muy consciente de las distintas reacciones que podía producir en los hombres, adoraba usarlos a mi favor, aún conservaba mi belleza y juventud, prefería usarlos mientras los tuviera a la mano.

Entré al gran salón luminoso y todo era adornado por las luces de las velas, las ventanas con esas gruesas cortinas de terciopelo rojo, me costaba reconocer algunos pero otros no tanto, agarré una copa de vino dulce y me moví entre los invitados, la música animaba a bailar, lenta y apasionada. No esperaba verme abordada por un hombre, éste me tomó de la mano, quitándome la copa de la mano y dejándola en algún lugar, me arrastró hasta la pista de baile, su juego me divertía.

— ¿Qué pretende milord?— pregunté coqueta y lo escuché tragar saliva.

—Tenerla. —escuché su voz y lo reconocí, su máscara no ocultaba esos intensos ojos verdes, quise apartarme pero apretó su agarre. —No se irá, vine por usted a este tipo de velada.

— ¡Nadie te lo pidió mocoso!—esbozó una sonrisa. 

Comenzamos a bailar pero no lo miré, él me abrumaba, ¿¡por qué debía atravesarse en cada paso que daba!? ¡Por qué! Apenas vi la oportunidad de escapar de él, la aproveché, intenté perderme entre los invitados y me fui por un pasillo vacío. Esto era ridículo, yo Elena Castelo, una mujer que no le teme a ningún hombre; ahora huye de uno que es solo un muchacho de veinticinco años.   

Entré a una habitación vacía pero antes de poder cerrarla, él me había alcanzado, retrocedí, entró cerrando la puerta para luego quitarse su máscara. 

—No huya, usted no es una mujer que se distinga por huir. Aunque me incita más cuando lo hace. —me quité mi antifaz y lo miré furiosa, estaba harta de este absurdo juego del gato y el ratón. Yo siempre era el gato, no el ratón temeroso por ser devorado.

Lo enfrenté. 

—Habla de una vez, ¿Qué es lo que deseas? —él se sorprendió por mi pregunta.

— ¿Lo que deseo?

—Sí, tu constante persecución debe ser por algo, me abordaste en el restaurante, en el club, aquí en la fiesta. Así que dime qué es lo que quieres de mí. ¿Dinero? ¿Prestigio? ¿Ayuda de algún tipo? Dímelo y termina ya con esto. —un profundo silencio se hizo entre nosotros, sus ojos verdes y toda su expresión se había oscurecido. 

— ¿Me darás lo que quiera?

—Si con eso conseguiré deshacerme de ti, sí, lo haré. —se quitó su máscara y me miró fijamente. 

—Deseo acostarme contigo. —reí. 

— ¿Disculpa?— él me acorrala contra la puerta.

—Dijiste que me darías lo que quisiera, mi único deseo es acostarme contigo, yacer a tu lado, poseer tu cuerpo y hacerte mía. —lo miré y oculté mi perplejidad bajo mi máscara de cinismo.

—Así que quieres acostarte conmigo... Me sorprende tu osadía a pedirme tal cosa mocoso. Pero mi cuerpo no está disponible para nadie que yo no desee, es mío y yo decido a quien darle el honor de tocarlo y tú, lastimosamente no produces nada en mí... —me agarró de la cintura y pegó sus labios con tal brusquedad que retuve un gemido. 

Sus labios devoraban los míos con hambre, el aire me faltaba, los besos que había recibido a lo largo de mi vida no se comparaban a este beso tan abrasador. Su lengua se adueñó de mi boca y caí rendida, separó nuestras bocas y juro que si él no me hubiera sostenido de la cintura, habría caído al suelo por mis piernas temblorosas. 

—Entonces me esforzaré para ser el hombre que más desees. —besó mi cuello haciendo que mi piel se erizara —Esto es lo que me produces Elena, no sé por qué solo tú puedes hacerme esto, te admiro por la mujer que eres pero a la vez me encuentro prendado de ti. 

Su sinceridad era abrumadora, me tenía retenida contra su pecho, todo mi rostro ardía y mi vientre palpitaba. Esto no estaba bien, no era correcto, furiosa lo aparté de mí. 

— ¡Nunca más vuelvas a tocarme!—exigí y salí huyendo de esa habitación como una cobarde. 

Mi corazón no había estado tan desbocado desde... ¡Nunca! ¿¡Por qué me pasaba esto!? Ese hombre... Ese hombre me daba miedo. 

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