ELENA
El dolor estaba comenzado a pasar, Antonio me trajo deprisa en una diligencia a la casa de su padre, la cual era la más cercana, me llevó en brazos hacia su antiguo dormitorio y me dejó en la cama con delicadeza.
—Elena. ¿Sigues sintiendo mucho dolor? —preguntó preocupado.
—No tanto, ya estoy bien.
— ¿¡Qué diablos pensabas al enfrentarte a esos hombres en tu estado!? ¿¡Acaso no pensaste en el daño que nuestro hijo pudo sufrir!?
—Antonio estaban secuestrando a Esmee, no podía quedarme plantada en el suelo como todos los demás que nos miraban, no soy esa clases de mujer. —él negó y parecía frustrado, nervioso y enojado.
—No sabes lo que sentí cuando te vi ahí tirada, todo mi ser se puso en alerta. No pensé en nada más que correr a tu lado. —se sentó a mi lado y tomó mi mano entre las suyas y la besó. —Elena eres mi amor, mi amante, mi esposa. Protegerte y amarte es la única razón por la que vivo.
—Nunca dijiste que me perdonabas. —Él me miró —Nunca has dicho que me perdonabas por