—Gracias —dijo una vez más.
Luna caminó hacia ella. El guardaespaldas bajó el brazo con el que le cortaba el paso y, en cuanto Nadia se acercó corriendo, le dio a Luna un abrazo tan fuerte que retrocedió un par de pasos para evitar caerse al suelo.
Nadia se acurrucó en su hombro y lloró a voz en grito:
—¡Han pasado muchísimos años, desapareciste sin dejar rastro! Ni siquiera me llamaste, ¿sabes... que estuve a punto de morir?
Esa frase no fue una broma de Nadia. Luna se dio cuenta de que en su cuello y en su espalda había un montón de moratones y cicatrices...
—Shirley me contó todo lo que te pasó, Nadia... lo siento... volví demasiado tarde.
Nadia negó con la cabeza entre lágrimas y dijo:
—No llegaste tarde en absoluto. Estoy muy feliz solo con haber podido verte. Además, me has traído un montón de regalos... ya te he perdonado.
—Ten los ojos bien abiertos a partir de ahora, no dejes que nadie te engañe.
—¡No pasará! A partir de ahora... mientras estés aquí, nadie se meterá conmigo.
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