Luna despertó naturalmente a las siete de la mañana. Aún le quedaba media hora antes de que comenzaran las clases, lo cual era suficiente tiempo para ella.
Recogió delicadamente su cabello y lo sujetó con una cinta. Abrió la puerta de la habitación y echó un leve vistazo al sofá, dándose cuenta de que las mantas ya estaban dobladas y colocadas muy ordenadamente.
Parecía que Sergio se había ido.
De repente, en ese momento, la puerta se abrió. Era Sergio, llevando puesta una chaqueta negra y un sombrero en la cabeza. Tenía copos de nieve en los hombros, los sacudió rápidamente antes de entrar.
—Uy, por fin te has despertado, señorita —dijo Sergio.
Luna preguntó:
—¿Adónde has ido?
Sergio le mostró dos bolsas de desayuno y dijo:
—Fui a comprar el desayuno. Lo compré en la panadería de abajo, con leche bien caliente
Luna miró el reloj y respondió:
—Pero ya no tengo tiempo.
—¿En serio? Entonces, voy a tirarlo todo —dijo el chico con total indiferencia.
—No, no, no desperdicies la comida —con