Aquella mañana amaneció con un silencio inquietante, como si incluso el viento temiera perturbar el entorno de Katrine. Desde la ventana de la cocina de la mansión Lund, observaba el jardín, donde los trillizos jugaban despreocupados, disfrutando de la primavera. Sus inocentes risitas parecían una burla cruel a la tormenta que rugía dentro de Katrine. Mientras tanto, en la encimera, Sofie rellenaba dos tazas de café y, de vez en cuando, levantaba la mirada con genuina preocupación.
Esos datos resonaban en su mente como un eco incesante: «Tipo de parto: natural. Edad gestacional: 27 semanas. Médico a cargo: Elias Fauke». Cada una de aquellas palabras parecía una pieza de un macabro rompecabezas que la estaba llevando al límite. Todo indicaba que Tobias Lund debía ser su hijo, pero aún le faltaba lo más crucial: pruebas irrefutables.
Sofie colocó una taza de café frente a Katrine y se sentó a su lado.
—¿Has podido descansar un poco? —inquirió en voz baja, aunque la respuesta era evident