Benicio se sentó junto a Jack, tomó su mano e intentó calmarlo, diciéndole que la añoranza sería eterna y que la presencia ya no podría sentirse, pero que los recuerdos de los buenos momentos vividos eran un gran consuelo que permanecería para siempre con él. El tiempo necesario para que todo ese dolor desapareciera aún era incierto. Jack cerró los ojos ante esas palabras y terminó quedándose dormido allí. Estaba en un estado de conmoción total, sin capacidad de reaccionar; su mente sufría apagones y luego volvía en sí.
Cuando Jack abrió los ojos, estaba en una habitación con Liam y Samuel, quienes estaban apoyados junto a la puerta, visiblemente tensos. Jack se sentó, incapaz de mirarlos a los ojos, se quitó la ropa quirúrgica y la arrojó al suelo. La cabeza le dolía tanto que pensó que su cerebro podría salir por la nariz. Miró sus vaqueros cargo sin mucha emoción; ni siquiera recordaba dónde se habían rasgado, y se preguntaba cómo volvería a casa sin Lis, sin su hijo. ¿Cómo se acos