ANTONIO
—¿Qué sucede, muchacho? —el abuelo ingresó a mi despacho, mirando todo el desastre que había causado.
—¡El maldito de Lucca me está chantajeando! —bramé furioso y el abuelo asintió—. ¿No dirás nada? ¡No puedo hacer lo que pide!
—¿Ni siquiera por Lisa? —increpó, frunciendo el ceño y resoplé con fastidio.
—Quiere que me case… ¿puedes creerlo?
—¿Y eso qué? —el abuelo se encogió de hombros como si fuera lo más natural del mundo—. Búscate una muchacha adecuada y cásate, ¿o lo dejarás ganar?
—Debes estar bromeando…
—En absoluto. Ya estás en edad de casarte y tener hijos.
—Sabes que no creo en el matrimonio.
—Tómalo como un