Delicia, después de subirse al coche, comenzó a sentirse somnolienta, claramente afectada por la enfermedad. Al acercarse al hospital, su cuerpo empezó a temblar incontrolablemente. A pesar de abrigarse completamente, no podía detener el temblor, un síntoma típico de fiebre.
—¿Tienes frío? —preguntó una voz masculina a su lado.
Delicia, agotada, abrió los ojos para mirar al hombre y murmuró débilmente con un sonido nasal:
—¡Sí!
Realmente sentía frío. Deseaba poder meterse bajo las mantas y envolverse para calentar sus huesos helados, como si estuvieran sumergidos en agua helada. De repente, sintió un calor envolvente en su torso, era la chaqueta del hombre, cubriéndola y brindándole una sensación cálida. Finalmente, bajo esa calidez, Delicia se quedó profundamente dormida.
En el hospital, el asistente López observaba ansiosamente a Carlos, quien simplemente dijo:
—Déjame hacerlo.
Al ver a Carlos prepararse para llevar a Delicia en brazos, el corazón de López latía fuertemente. Pero