La brisa de la Ciudad de México es como un enigma. ¡Yolanda...! Fue personalmente llevada a Cancún por Antonia Jiménez, quien además contrató a dos sirvientes para cuidar de ella. Sentada en el vestíbulo del apartamento, tras un viaje lleno de turbulencias y oscuridad, ahora se encontraba en un ambiente completamente nuevo y extraño.
Antonia Jiménez estaba en el balcón hablando por teléfono.
—Está bien, ya lo sé. —dijo con un tono que distaba de ser amable, y su expresión era aún peor. Colgó el teléfono y un destello de ferocidad cruzó su mirada.
¡Delicia...! ¿Así que esto aún no ha terminado? Como Delicia había pensado, Antonia también creía que, con el divorcio entre Alvaro Jiménez y Delicia, todo habría terminado entre ellos. ¡Pero quién habría imaginado lo de Alvaro Jiménez!
Mirando fijamente a Yolanda, cuyo rostro reflejaba una desolación mortal, Antonia cerró de golpe la puerta de vidrio con tanta fuerza que casi se rompe. Caminando con sus tacones altos, irradiaba una elegancia