Punto de vista de Serena
No podía dejar de temblar, pero mantuve el arma firme, apuntando alternativamente entre el guardia y el hombre sentado frente a mí. Mi corazón latía desbocado, cada fibra de mi cuerpo en alerta, tratando de mantener el control. Pero ese hombre solo me miraba con esa sonrisa inquietante. No estaba asustado. Parecía divertido, como si yo estuviera siguiendo un guión que él ya conocía.
—Tienes agallas, señorita —dijo con su marcado acento francés, inclinando ligeramente la cabeza—. Ya me caes bien.
Apreté el arma con más fuerza.
—No estoy acá para eso. Solo quiero que me dejen en paz.
Antes de que pudiera reaccionar, el guardia se movió como un rayo. Su mano salió disparada, arrebatándome el arma con un movimiento experto. De pronto me vi indefensa, con un nudo de pánico en el estómago. Ya había vivido esto antes: esa horrible sensación de impotencia, de estar a merced de otros. Respiraba entrecortadamente y por un momento sentí que las paredes del auto se cerrab