Al regresar a su casa, Lancaster ingresó a la imponente biblioteca y, tras servirse un trago, se sentó a contemplar el fuego. Unos ojos celestes lo asaltaron desprevenido. No había considerado las advertencias de Essex en relación a lady Claire; la había tomado por una dama más, incapaz de resistirse a la idea de cazar a un duque. Pero, al parecer, estuvo más encantada con el hombre desaliñado del parque que con el caballero que la abordó durante el vals.
Bebió un sorbo de su brandy y sonrió al imaginar todas las barbaries que habrían pasado por su cabeza al escuchar la confesión poco adecuada. Después de su conducta en Hyde Park y en el baile, consideró que la dama era una romántica empedernida que solo le daría una oportunidad si se enamoraba. Con solo gustarle, no era suficiente para proponerle matrimonio, y tenía que idear la manera perfecta para conseguirlo cuanto antes. El rechazo no se encontraba entre sus opciones.
Las invitaciones para el baile que se daría en el abandonado s