El semblante furioso de Essex se trasformó; una ancha sonrisa se dibujó en su rostro.
—¿Has dicho también? —preguntó suspicaz.
—Yo no he dicho eso —el duque, desconcertado, se apresuró a negarlo.
—¡Oh, sí! Fue precisamente lo que acabas de decir —insistió Thomas. Lancaster desvió la mirada—. ¿Podría ser que lady Claire te gusta de verdad? Por supuesto, ¡es eso!
—¡¿Cómo podría gustarme esa mujer?! —increpó ofendido—. Ella no puede gustarme, Thomas, y lo sabes perfectamente.
—Como usted diga, excelencia —expresó con sorna, ridiculizando al duque.
—Deja de imaginar tonterías y mejor ayúdame a que lady Claire reciba esto. —Colocó de nuevo el estuche de terciopelo delante de Essex—. Tengo entendido que cada mañana da un paseo con sus amigas por los jardines de Kensington.
—¿Quieres que se lo entreguen allí? ¿A la vista de todos? —Arthur afirmó—. ¡Pero no es correcto! Las personas murmurarán al respecto, la comprometerás delante de sus amigas.
—Es precisamente lo que deseo: comprometerla —e