—¿Eran de usted? —Él asintió. Claire percibió un repentino calor en la nuca y el frenético pálpito en su pecho. De pronto, sintió una gran necesidad de preguntar—: ¿Por qué, excelencia? —Arthur la miró sin comprender—. El motivo de enviarme flores con aquellas notas anónimas —aclaró—. Además, estoy segura de que no ha bailado con nadie más esta noche y no soy la única que piensa eso al respecto —observó, refiriéndose a todas las miradas que los seguían.
Él enarcó una ceja y sonrió.
—Si le digo la verdad, ¿promete que no saldrá corriendo?
—Lo prometo.
—Usted me gusta —confesó sin tapujos, desconcertando a una palidecida Claire.
¿Cómo era posible que su excelencia le confesara indecorosamente que le gustaba?
¡Era inapropiado abordarla de aquella manera, en un baile!
El aire comenzó a fallarle y casi cedió un paso en falso, mas los fuertes brazos del duque ejercieron presión en su talle y recordó el lugar donde estaban. Con todo el aplomo del que podía ser dueña, se irguió para que Arthu