Ariadna salió de la oficina:
—Padre Fausto, ¿me buscaba?
—Sí hija te venía a avisar que los niños están listos para recibir sus clases.
—Vamos entonces, deben estar impacientes. —Ladeó una leve sonrisa.
Ariadna y el Padre Fausto, se dirigieron a uno de los salones en donde los muchachitos de la banda y otros más estaban listos para aprender a leer y escribir. Ariadna, trataba de mantener su mente ocupada y así no recordar la traición de su esposo enfocada en ayudar a esos pequeños.
Después de estar con los niños, salió del salón, y caminó por los pasillos con el alma destrozada se dirigió al despacho del sacerdote. La puerta estaba entreabierta por lo que tan solo asomó su cabeza.
&