Steven la miró a los ojos. Era una pena que pensará de esa manera, tenía un futuro prometedor. Y se preguntaba si no quería dar ese salto, por lo ocurrido con sus padres y estar sola. El sitio de Selene estaba en una oficina ayudando a los demás, como toda samaritana.
Ella se estiró en ese momento, sin darse cuenta de que, al hacerlo, sus pechos se marcaban bajo la blusa. Y Steven la miraba como un bebé que quiere ser amamantado.
— Me voy a dormir ya Steven, ya tengo sueño. —ardiendo de deseo, Steven se levantó del sofá.
— Te acompaño a tu habitación.
Con la bolsa de viaje y el sobre de los documentos en sus manos, Selene lo siguió por el pasillo hasta que abrió una puerta y dio un paso atrás. Y ella se asomó.
— Tiene un baño privado. Si me necesitas, estaré en la habitación de enfrente Selene.
— Gracias jefe.
— De nada. Bueno, te dejo para que descanses mi tesorina. —ella asintió con la cabeza, mirándolo a los ojos.
— ¿Steven?
— ¿Sí?
— Siento haber sido tan antipática y sarcástica an