Capítulo 1: Chloë

Dos meses después...

En los últimos meses, he tenido la oportunidad de irme a la cama con muchos hombres, pero he preferido no hacerlo.

¿Por qué?

Pues no lo sé, lo cierto es que no tengo ni idea de porque los he rechazado.

Tal vez me haya cansado de los hombres.

O quizá ya no quiero seguir teniendo sexo esporádico.

O, a lo mejor, no lo sé, me he vuelto asexual.

En fin.

Tampoco se acaba el mundo por eso.

Tengo otras muchas cosas en las que pensar, como por ejemplo, en lo que me voy a poner hoy para salir.

Hemos quedado una cuántas compañeras del trabajo para ir de fiesta esta noche, y mi intención es pasármelo bien, despejar la mente, y disfrutar de mi juventud, que a mis veintitrés años estoy en la flor de la vida.

Aunque esa frase es más del estilo de mi abuela, pero bueno.

Abro mi armario y empiezo a sacar modelitos, vestidos largos, cortos, faldas, blusas, pantalones, pero solo una prenda llama mi atención.

Es un vestido negro, cruzado, de manga larga, con escote en forma de pico, y un amplio corte en la parte delantera justo a la altura del muslo, y se ata a un lado, es sencillo, pero sexi.

Y es el mismo vestido que me puse el día que conocí a Jared Levy.

No había vuelto a ponérmelo desde esa vez.

Entonces caigo en la cuenta de que también fue la última vez que mantuve sexo con un hombre.

¡Y fue con él!

—¡Ay madre! —exclamo y lo suelto sobre la cama.

Salgo de mi habitación y me meto en el baño, me miro en el espejo y mi reflejo se ríe de mí.

«Pringada». —Se burla este.

Pues no, no soy ninguna pringada, y él no tiene ningún poder sobre mí, así que esta noche, se acabó, voy a dejar de evitar a los otros hombres, y a demostrarme a mí misma que Jared Levy no ha hecho mella en mí.

Después de ducharme, me pongo ese mismo vestido, y me preparo para salir.

Una hora más tarde, estoy entrando en el club donde he quedado con mis compañeras de trabajo.

Las veo al final de la barra, y me acerco a ellas para saludarlas.

—Hola chicas —les digo y les doy un par de besos a cada una.

—Chloë, que bien que has venido —me dice Susan.

—Claro, no podría perdérmelo.

Es su cumpleaños, y a pesar de que siempre les digo que no puedo a la hora de salir, no he podido hacerle ese feo no viniendo.

Siempre se ha portado bien conmigo, y me ha ayudado desde que empecé a trabajar en la empresa. Soy nueva desde hace unas semanas, y siempre me hace sentir muy a gusto, de hecho todas son muy amables conmigo.

—¿Que quieres tomar? —me pregunta Sylvia.

—Una Coca-Cola.

—Hombre, pero pide algo más fuerte.

—No, una Coca-Cola está bien.

—¿En serio? —insiste, y yo asiento con la cabeza—. Ok, cómo quieras.

—Vamos a la mesa, que tengo una reserva en la zona vip —dice Susan.

—El jefe es muy amable —le dice Becky, otra de mis compañeras.

—¡Y está buenísimo! —añade Sylvia.

—Ya te digo —confirma Sophia, la contable—. Que pena que no venga casi nunca a la empresa.

—Es cierto, yo ni siquiera lo conozco.

Dicho esto, todas se giran para mirarme atónitas.

—¿Qué? ¿He dicho algo malo?

—¿Nunca? —me pregunta Susan.

—No.

—¿Ni tampoco en la entrevista? —pregunta ahora Sylvia.

—No, de hecho fue Evelyn, quién me entrevistó.

Se quedan calladas y se miran entre ellas.

—¿Por qué os quedáis calladas ahora? —les pregunto mirándolas a todas.

Al final es Susan quien decide hablar.

—Evelyn es su ex, y no acabaron muy bien —me cuenta.

—Sí, seguramente es por eso que no viene casi nunca —añade Becky.

—Y no me extraña, es una arpía —dice Sylvia, que parece no tener pelos en la lengua.

Dice siempre lo que quiere sin importarle lo que los demás piensen de ella. Es muy real y sincera.

Me cae tan bien por su manera de ser.

Acabados los chismes, la fiesta continúa, y yo me lo estoy pasando muy bien. La música, el ambiente, todo es genial, y las chicas son muy divertidas.

—Voy al baño —les digo, pero parecen tan absortas en la música que ninguna me contesta.

Al salir de la zona vip, la cortina que separa esta del exterior, se me enreda en los pies.

Pero unas fuertes manos me sostienen a unos metros del suelo.

—Te tengo —me dice una voz conocida—. Tranquila.

Levanto la vista despacio, y me quito el pelo de la cara, y entonces lo veo.

Jared Levy. ¡¿Jared Levy está aquí?!

—Vaya, hombre, pero mira que casualidad —dice jocoso.

—¿Ja–Jared?

—Veo que te acuerdas de mi nombre.

No sé qué contestar.

Me he quedado muda.

—¿Te acuerdas de alguna cosa más? —me pregunta en tono mordaz.

—Lo siento, pero tengo que ir al baño.

No he contestado eso, ¿verdad?

Me suelta —hasta ahora me tenía cogida fuertemente por la cintura— y se aparta.

Salgo corriendo como alma que lleva el diablo, y mientras me dirijo a esconderme en el cuarto de baño, lo oigo llamarme.

—Chloë, te espero en la barra.

Una vez en el cubículo del baño, cierro este con el pestillo, y apoyo la espalda contra la puerta.

¡Tierra, trágame!

¿Qué posibilidad había de que esta noche me tropezara con él aquí?

Ninguna.

No somos del mismo círculo social, ni no nos movemos en los mismos ambientes, entonces, ¿por qué a mí?

¿Por qué siempre me pasan estas cosas?

Pasan los minutos, y sé que no puedo pasarme aquí toda la noche, pero, me da un pánico salir.

Aunque también sé que no se va a cansar de esperarme y se va a ir por arte de magia.

Tengo que coger el toro por los cuernos, dar la cara y, además, se lo debo, después de todo me marché de su casa como una vulgar ladrona.

Al menos se merece una disculpa, ¿no?

Me armo de valor, cojo aire, y salgo. Voy directa hacia la barra, donde me espera él con un vaso con lo que parece whisky del caro en una mano, y un reloj de esos de bolsillo en la otra.

—Por fin, estaba a punto de llamar a los bomberos —dice con sorna mientras se guarda el reloj en la americana del traje.

—Lo siento, vale, sé que fue un error por mi parte irme así, sin despedirme, pero no lo pensé —le suelto casi sin aire—. Y tampoco pensé que te afectaría tanto, la verdad.

«En serio. ¿Para que te disculpas si lo vas a hacer así de mal?», —me dice esa voz en la cabeza que te dice cuando la cagas.

—No pensaste que me fuera a afectar, claro, porque yo me acuesto con tantas tías cada noche, que me da igual si se largan de mi casa sin despedirse de mí, a hurtadillas, y en mitad de la noche —dice también sin apenas pararse a coger aire para respirar—. Entonces estás más que perdonada, Chloë.

Dicho esto, da el último sorbo a su copa, y se da media vuelta.

Lo cojo del brazo para que no se vaya.

¿Por qué?

¡Pues no lo sé, soy así de kamikaze, vale!

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