Camila
El calor subió por mi cuello hasta mis mejillas, y me mordí el labio mientras apartaba la mirada, intentando enfocarme en el secado de los platos.
—Tal vez tengas razón, —dije, con una sonrisa traviesa—. No quiero que piensen que estoy dándote clases de cómo secar platos.
Joaquín dejó el plato que estaba lavando y se giró hacia mí, con una expresión de pura diversión. Se acercó un paso, y sentí cómo el aire entre nosotros se volvía denso, cargado de algo más que simple coqueteo.
—¿De verdad crees que necesito clases? —susurró, levantando una mano para acariciar mi mejilla.
Tragué saliva, y apenas logré asentir.
—Creo que te vendría bien una demostración —dije en tono provocador, sintiendo cómo mi voz temblaba un poco.
En un segundo, Joaquín estaba sobre mí, empujándome suavemente contra la encimera, con sus manos firmes en mi cintura. Su cuerpo se apretó contra el mío, y sentí su aliento caliente en mi cuello antes de que sus labios rozaran mi piel.
—Eres tan tentadora, —murmu