Camila—No es que no me guste la idea del auto nuevo, —dijo—. Pero... me gusta más cuando él está con nosotros.Solté un suspiro triste, sacudiendo la cabeza, mientras Nathan se levantaba del sofá y se acercaba a nosotras.—Sí, tía, —dijo Nathan, con ese tono medio burlón, medio sincero—. Joaquín es mucho más divertido que tú. Y además, parece que a ti también te gusta mucho estar con él.Me quedé congelada, sintiendo el calor subiendo a mis mejillas. Me separé un poco de Amy, que ahora me miraba con una sonrisa cómplice.—No es lo que piensas, Nathan, —dije, tratando de sonar despreocupada.Nathan rodó los ojos, cruzándose de brazos.—Sí, claro, —respondió con un tono sarcástico—. Te he visto, tía. Los dos están más felices cuando están juntos. Y, por si no te diste cuenta, Amy y yo también.Sentí un cosquilleo en el estómago, mis sobrinos no solo habían aceptado a Joaquín, sino que estaban pidiéndome que lo incluyera en nuestras vidas.—Está bien, Sherlocks, —dije, levantando las ma
Camila El calor subió por mi cuello hasta mis mejillas, y me mordí el labio mientras apartaba la mirada, intentando enfocarme en el secado de los platos.—Tal vez tengas razón, —dije, con una sonrisa traviesa—. No quiero que piensen que estoy dándote clases de cómo secar platos.Joaquín dejó el plato que estaba lavando y se giró hacia mí, con una expresión de pura diversión. Se acercó un paso, y sentí cómo el aire entre nosotros se volvía denso, cargado de algo más que simple coqueteo.—¿De verdad crees que necesito clases? —susurró, levantando una mano para acariciar mi mejilla.Tragué saliva, y apenas logré asentir.—Creo que te vendría bien una demostración —dije en tono provocador, sintiendo cómo mi voz temblaba un poco.En un segundo, Joaquín estaba sobre mí, empujándome suavemente contra la encimera, con sus manos firmes en mi cintura. Su cuerpo se apretó contra el mío, y sentí su aliento caliente en mi cuello antes de que sus labios rozaran mi piel.—Eres tan tentadora, —murmu
Joaquín Me quité la camisa con calma, disfrutando del peso de su mirada sobre mí. El aire fresco de la habitación acarició mi piel desnuda, y supe que Camila estaba siguiendo cada movimiento, aunque intentara disimularlo.Comencé a deslizarme fuera de mis pantalones, quedándome solo en bóxers, y cuando me giré para enfrentarla, vi cómo sus ojos se movían lentamente por mi torso, recorriendo los músculos de mi abdomen. Sus labios se entreabrieron un poco, y escuché que murmuró algo, casi inaudible, pero lo suficiente para arrancarme una sonrisa.—Santa mierda, —susurró ella, con los ojos bien abiertos—. El viejito está como quiere...Solté una carcajada, sorprendido por su comentario. Me incliné un poco hacia ella, apoyándome con las manos en la cama, acercándome lo suficiente como para que nuestros rostros quedaran a pocos centímetros.—¿Viejito? —dije, alzando una ceja y mostrando una sonrisa traviesa—. ¿Quieres comprobar qué tan "viejito" estoy?Ella se mordió el labio, y pensé q
Joaquín El sudor formaba una fina capa sobre nuestros cuerpos, y cada movimiento que hacía sobre mí me dejaba sin aliento. Mi mano se deslizó por su cintura, apretandola mientras me movía dentro y fuera de ella.Nos movíamos con tal sincronía, que parecía que habíamos hecho esto ciento de veces.—Eres hermosa, —murmuré, mi voz ronca y entrecortada.Ella se inclinó hacia mí, apoyando sus manos en mi pecho, besándome con lentitud. Mis dedos se apretaron en sus caderas, guiándola por un momento antes de que ella retomara el control.Camila tiró la cabeza hacia atrás, dejando que su cabello cayera a su espalda, regalándome una vista de su espectacular cuerpo. Su cuello expuesto era irresistible, y no pude evitar inclinarme hacia adelante, para besar su garganta, sintiendo el pulso rápido bajo mis labios.Me senté, manteniéndola sobre mí, acariciando su espalda, bajando una de mis manos rodeando sus caderas, mientras subía la otra por su espalda, aferrándome a su hombro. —No pares, —dije
Joaquín —Yo tampoco, pero es real, —susurró ella, sonriendo contra mis labios—. Y es increíble.Humedecí mi miembrø en su entrada, jugueteando un poco antes de hundirme con lentitud. Me incliné hacia atrás, apoyándome en mis manos para verme completamente clavado en su centro . Camila siguió mi mirada, mordiendo su labio inferior.—¡Ya muévete por Dios! —jadeo impaciente, alzando las caderas para enfatizar su pedido.Sonreí, orgulloso y arrogante de tenerla bajo mi cuerpo, suplicando por más. Comencé a balancear mis caderas con movimientos lentos y precisos, haciéndola arquearse hacia arriba. Justo cuando estaba por perder el control y darle más duro, escuchamos un golpe fuerte en la puerta de la habitación.—¡Tía! —se escuchó la voz de Nathan—. ¿Estás despierta? ¡Amy y yo tenemos hambre!Nos separamos de golpe, pero me moví demasiado rápido, y en ese instante sentí un pinchazo agudo en mi espalda baja, como si me hubieran apuñalado. El dolor recorrió todo mi costado derecho, hacié
CamilaSentí su calor en mi piel mientras me despedía de Joaquín. Nos quedamos unos segundos más frente a la puerta, sus manos en mi cintura, y la mía jugando con el borde de su camisa. Aún me costaba creer que esto estaba pasando, que este hombre, que había irrumpido en mi vida de una forma tan inesperada, estaba aquí, sonriéndome como si yo fuera lo mejor que le había pasado.—Tengo que hacer unas cosas antes de ir a la oficina, —me dijo, rozando mis labios con un beso rápido, probando el sabor de mi boca como si fuera la primera vez.—¿No puedes hacer esas cosas más tarde? —pregunté con una sonrisa traviesa, tirando un poco de su camisa.Joaquín soltó una risa baja, acariciando mi mejilla con el dorso de su mano.—Si sigues mirándome así, no voy a poder irme nunca, —murmuró, inclinándose para darme otro beso, esta vez más lento, más profundo.Me rendí al beso, suspirando contra sus labios antes de separarme, sintiendo el calor subir a mis mejillas.—Está bien, ve antes de que te
Joaquín Nathan y yo subimos al ascensor de mi edificio, y vi cómo sus ojos se agrandaron al observar las paredes de mármol pulido y los espejos brillantes. Se inclinó hacia el espejo, arreglándose el cabello, inspeccionando cada detalle de su reflejo.—Nunca había estado en un lugar así, —comentó, con los ojos brillando de emoción—. ¿Todo este edificio es tuyo?Solté una risa suave, colocando una mano en su hombro.—No todo el edificio, campeón, —respondí mientras el ascensor se detenía frente a mi apartamento—. Pero el último piso sí.Las puertas del ascensor se abrieron, y salimos al pequeño descanso que había antes de mi puerta. Sus ojos recorriendo cada rincón con asombro, sin perderse ningún detalle. Cuando entramos, se quedó de pie, congelado, mirando el espacio amplio y luminoso.El apartamento estaba decorado con un estilo moderno, con muebles elegantes, líneas limpias y colores neutros. En el centro del salón había un sofá amplio, y frente a él, una televisión enorme que
Joaquín Sentado en mi oficina, apenas prestaba atención a la luz que entraba por las ventanas. La brillante tarde española era solo un telón de fondo, algo insignificante comparado con el cúmulo de problemas que tenía frente a mí. Los informes de las sucursales parecían interminables, un desfile de números y excusas, pero había algo en particular que me estaba irritando más de lo normal. Me detuve en la página dedicada a la oficina de Latinoamérica, y lo que vi no me gustó nada.Las ventas estaban cayendo en picada, las quejas de los clientes aumentaban y las encuestas internas mostraban una baja satisfacción general del personal. Un desajuste tras otro, y lo más preocupante era que nadie había levantado la mano para advertirlo. "Incompetentes", pensé, con una punzada de irritación. Respiré hondo, agarré el teléfono y marqué a Felipe, mi mejor amigo, el tipo que estaba supuestamente a cargo de supervisar las sucursales de esa región. Mientras sonaba el teléfono, ya sabía que su