Camila
Estaba guardando mis cosas en el bolso, desesperada por salir después de un día largo y agotador.
Justo cuando estaba por ponerme de pie, la puerta de la oficina de Felipe se abrió y lo vi asomar la cabeza, con una sonrisa en los labios cuando me vio.
—Camila, ¿tienes un minuto? —preguntó, haciendo un gesto para que me acercara.
Suspiré, pensando en que era posible que ya no fuera a salir temprano, pero asentí y caminé hacia su oficina. Nathan estaba a mi lado, mirando con curiosidad.
—Quédate aquí, ya vengo.
Entré en su oficina, él estaba apoyado contra su escritorio, con la expresión relajada que siempre mostraba.
—¿Qué ocurre? —pregunté, cruzándome de brazos, intentando leerlo.
Él sonrió, estirando la mano hacia el cajón de su escritorio. Sacó un pequeño llavero y me lo lanzó. Lo atrapé al vuelo, pero al ver las llaves en mi mano, fruncí el ceño.
—¿Y esto? —pregunté, levantando una ceja.
—Son las llaves del auto que te prestaremos hasta que arreglen el tuyo, —dijo él con una