Joaquín
El auto se deslizaba por las calles hacia la corte, y mi mente no podía estar más revuelta.
Había decidido no decirle nada a mi esposa sobre este primer juicio.
Ella necesitaba tranquilidad, no ansiedad. Ya bastante tenía con su embarazo y todo lo que había pasado. No iba a dejar que este proceso la afectara.
Me pasé una mano por el rostro, suspirando.
Observé mi reflejo en la ventanilla: traje impecable, corbata perfectamente ajustada… pero el nudo en mi estómago no se iba.
No era por miedo a perder, era por el maldito Gustavo. Ese hombre no merecía ni respirar el mismo aire que Amy y Nathan.
Cerré los ojos un segundo, obligándome a calmarme.
Pensar en mi bella y embarazada reina siempre funcionaba.
Me vino a la mente el recuerdo de hace unos días, cuando salimos a ver casas.
Visitamos muchas, algunas demasiado lujosas, otras con jardines inmensos. Cada una parecía tenerlo todo, pero ella simplemente sonreía de lado y decía:
—No es esta.
Amy y Nathan se la pasaban pelea