Joaquín El auto se deslizaba por las calles hacia la corte, y mi mente no podía estar más revuelta. Había decidido no decirle nada a mi esposa sobre este primer juicio. Ella necesitaba tranquilidad, no ansiedad. Ya bastante tenía con su embarazo y todo lo que había pasado. No iba a dejar que este proceso la afectara.Me pasé una mano por el rostro, suspirando. Observé mi reflejo en la ventanilla: traje impecable, corbata perfectamente ajustada… pero el nudo en mi estómago no se iba. No era por miedo a perder, era por el maldito Gustavo. Ese hombre no merecía ni respirar el mismo aire que Amy y Nathan.Cerré los ojos un segundo, obligándome a calmarme.Pensar en mi bella y embarazada reina siempre funcionaba.Me vino a la mente el recuerdo de hace unos días, cuando salimos a ver casas. Visitamos muchas, algunas demasiado lujosas, otras con jardines inmensos. Cada una parecía tenerlo todo, pero ella simplemente sonreía de lado y decía:—No es esta.Amy y Nathan se la pasaban pelea
Camila Estaba tirada en la cama, con las piernas cruzadas y una almohada apoyada contra mi vientre. Margot, alias Tronchatoro, no me dejaba moverme demasiado. Según ella, por "prescripción médica". Pero sinceramente, si alguien necesitaba un diagnóstico era ella. No había visto a alguien tan obsesionado con el protocolo desde que Joaquín intentó usar la fotocopiadora en su época de pasante.Deslicé el dedo por la pantalla del celular. Estaba leyendo una novela en Dreame para distraerme. "Hades recorre mi hømbro, dejando besos húmedos en su camino hasta mi pezøn, mientras sus dedos juguetean con mi fem¡nidad.Zadquiel est¡mula mi capullø, haciendo círculøs lentos alrededor de él, mientras Hades me penetra con dos dedos de una sola estøcada..."Me mordí el labio inferior.—Madre santa... —susurré. Sentí el calor subirme desde el pecho hasta el rostro. Las mejillas me ardían.¿De dónde sacaban semejantes ideas… llenas de tanta pasión? Porque, ¡uff! El cuerpo me vibraba y mi zona ínt
Camila Joaquín se arrodilló a mi lado, acariciando la espalda de los niños. Me miró, con ternura y orgullo en los ojos.—Somos una familia ahora —susurró, lo suficientemente bajo para que solo yo lo escuchara.Su voz era tan segura, tan llena de amor. Pero yo… yo solo podía pensar en Ana.—Mi hermana… —murmuré, temblando.Joaquín tomó mi rostro con ambas manos, obligándome a mirarlo.—Lo sé, mi reina. Pero ella te dejó su mayor tesoro. Y tú los protegiste. Todo el sufrimiento, todo esto… no fue en vano. Tragué saliva. Necesitaban que fuera fuerte. Por ellos.—Estoy bien —mentí, sonriendo entre lágrimas.Nathan limpió su cara con la manga de su camisa.—¿Podemos irnos a casa?"A casa" repetí en mi mente, sintiendo un nuevo significado de esa palabra en el corazón.Joaquín me ayudó a levantarme. Rodeó mis hombros con su brazo. Amy y Nathan se aferraron a mí, uno a cada lado.Nos giramos para salir de la sala, oímos los gritos de la loca demente mientras la sacaban esposada. No volteé
Joaquín Me apoyé contra el lavamanos, masajeándome la sien mientras escuchaba a Felipe quejarse al otro lado del teléfono.—No, hermano. No me hagas esto.—Felipe, deja de quejarte —respondí con paciencia—. Solo serán unos días.—¡¿Unos días?! ¿Sabes todo lo que puede pasar en unos días? —gruñó—. La última vez que me dejaste a cargo casi se hunde el barco...—Por culpa tuya.—Detalles…Rodé los ojos.—Mira, yo confío en ti. Solo mantén todo en orden hasta que vuelva.—¿Y si hay una crisis?—Lidias con ella.—¿Y si un cliente importante se pone exigente?—Los complaces.—¿Y si Socorro vuelve a aparecer y trata de secuestrar la empresa?—Llamas a seguridad.Felipe suspiró dramáticamente.—No me pagas lo suficiente para esto.—Te pago más de lo que mereces.Silencio.—Tienes razón… pero, ¿podrías darme un bono extra? —aprovechó la oportunidad el miserable.—Te daré un bono del 10% si, al llegar, todo está en orden.—Está bien, lo haré, pero cuando vuelvas exijo unos días libres.—Trato
Felipe Apenas puse un pie en la oficina, supe que había cometido un error. No era solo esta sucursal la que conocía como la palma de mi mano, sino también las otras en el extranjero, que Joaquín había tenido la grandiosa idea de fusionar y manejar desde aquí.Este era un gran reto. Mi vida, antes tranquila como gerente de una pequeña sucursal, ahora era un caos. Estaba a punto de convertirme en el líder de un imperio global. "No creo estar preparado para ello."—¡Señor Ortiz! —gritó una voz desde la recepción.—¡Señor Felipe, necesito su firma urgente! —agregó otro empleado, corriendo hacia mí con una carpeta en la mano.—¡Ortiz, la junta de las diez está esperando!—¡Felipe, el sistema de la sucursal 48 colapsó otra vez!—¡Señor Ortiz, el café de la sala de reuniones de la sucursal 22 se terminó!—¡Felipe, el ventilador de la sala de servidores de la sucursal 31 explotó!Detuve mi avance y levanté las manos.—¡¿QUÉ DIABLOS PASA CON USTEDES?! —exclamé, viendo cómo todo el equipo de
Angélica Con mi café recién hecho sobre la mesa y mi teléfono en la mano, me dispuse a hacer lo que mejor sabía hacer. Organizar la vida de mi familia sin que ellos se dieran cuenta."Todo debe salir perfecto."Marqué el número del organizador de bodas más exclusivo de la ciudad. Después de dos tonos, una voz demasiado tranquila para mi gusto respondió:—Buenos días, habla Beethoven Méndez, ¿en qué puedo ayudarla?—Beethoven, querido —dije con mi tono más encantador—. Habla Angélica Hernández de Salinas.Hubo un pequeño silencio antes de que su voz se volviera más nerviosa.—¡Señora Angélica! Un placer escucharla, ¿en qué puedo servirle?Sonreí. Me encantaba el efecto que tenía mi apellido en la gente.—Necesito que organices una boda, y no cualquier boda —dije con firmeza—. Una boda digna de los Salinas.—Por supuesto, señora. ¿Para cuándo sería el evento?—En nueve meses.—Oh, eso nos da mucho tiempo para planear algo espectacular.—Sí, pero no cualquier cosa. Escúchame bien porque
Felipe Romina y yo llegamos al restaurante, un lugar elegante pero no demasiado lujoso. No quería que pensara que intentaba impresionarla con mi dinero… aunque, lo cierto era que, sí quería lucirme.Le abrí la puerta con un movimiento exagerado y le extendí la mano.—Bienvenida a la mejor cita de tu vida, madame.Ella puso los ojos en blanco, pero no pudo evitar sonreír mientras pasaba junto a mí.—Dios, Felipe, tienes un ego más grande que esta ciudad.—¿Y no te encanta? —respondí con una sonrisa ladeada.La tomé del brazo, guiándola hasta nuestra mesa.El restaurante tenía una iluminación tenue, con velas en las mesas y una suave música de jazz sonando de fondo. Nos sentamos y, apenas abrimos el menú, Romina levantó la vista para mirarme.—Si intentas pedirme una ensalada para que "mantenga la línea", te vaciaré esta copa de vino en la cabeza.Reí con ganas, dejando el menú sobre la mesa.—Por favor, ¿crees que cometería ese error de novato? Te conozco. Sé que si no comes bien, te
Ramiro La casa de mamá era tan aterradora como siempre. Y como siempre, parecía que ella tenía un radar. Sin que hubiera llamado a la puerta, ella la abrió —Ya te llamo —dijo, apartando el teléfono a un lado.Tragué saliva. —Hijo —dijo en cuanto me vio, cruzándose de brazos—. ¿A qué debo el placer de tu visita?—Hola, mami —intenté sonreír, aunque sabía que no iba a funcionar—. Quería verte.—¿Necesitas dinero? —preguntó arqueando una ceja. No me dejó responder, se hizo a un lado—. Bueno, pasa. No quiero que los vecinos piensen que crié a un vagabundo.Entré rápido, sintiéndome otra vez como el niño que se escondía detrás de las cortinas cuando ella se enojaba.—No vengo por dinero, mami —dije, frotándome las manos—. Solo quería saber si podía quedarme contigo unos días.Ella me miró con el ceño fruncido. Luego señaló el sofá con un movimiento de su dedo índice.—Siéntate. Explica.Me senté, pero solo porque sabía que si me mantenía de pie, me haría sentar de todas formas.—Mi no