Nos adentramos en la ciudad. Ya de noche, las luces de neón rodeaban todos los edificios del Distrito Central con un resplandor febril. A través del cristal tintado del auto, veía pasar la vida nocturna: parejas elegantes, hombres de negocios hablando por auriculares, mujeres en compañía de hombres muy prominentes. Nada era extraño a mi vista. Ya me había acostumbrado a este ambiente. Era la jaula de lujo que había elegido, y mi memoria me lo recordaba sin piedad.
Recordé que Jasper siempre amaba salir, sobre todo de noche. A él le gustaba frecuentar los clubes nocturnos más sórdidos y pagar para ver a otras mujeres bailar desnudas frente a nosotros. Le lanzaba dinero al escenario. Un espectáculo para nada de mi gusto, pero siempre cedía para que él no pensara que yo era aburrida. Odiaba estar allí, y en parte, recordaba que cuando Damián nos acompañaba en esas raras ocasiones, parecía notarlo.
—Damián, ¿a dónde vamos? —pregunté, rompiendo la calma.
—Espera y verás, mi amor —dijo Dami