CAPÍTULO CATORCE

Para cuando finalmente llegaron a la puerta de su casa, Erick estaba tan nervioso que ni siquiera podía hablar. Silencioso como una estatua, y tratando al mismo tiempo de que el temblor de sus manos no lo delatase, tomó las llaves de su bolsillo y abrió la puerta lo más rápido que pudo. Él entró primero, y tras plantar en sus labios una sonrisa que pretendía pasar por un gesto amistoso y despreocupado, se valió de un ademán pomposo y cursi para ofrecerle el paso a Olivia, quien sin disimulo alguno (cosa que le encantó), de inmediato se dedicó a observar con atención todo cuanto la rodeaba.

—Bienvenida a mi humilde hogar—le dijo Erick mientras cerraba la puerta tras ella.

— ¿Humilde?—graznó Olivia, con la risa tejida entre su voz—. Disculpa que te lo diga, pero esta casa es de todo menos humilde.

—Bueno, la verdad es que no me gusta hacer alarde de lo que tengo.

—Bien por ti, porque la verdad no me gustan para nada los hombre demasiado pagados de sí mismos.

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