Mujer prohibida: 8. Mía, déjame arreglar esto, por favor
Durante todo el camino, estuvieron tomados de la mano, y cada vez que se detenían en un semáforo, lo aprovechaban para besarse y expresar con increíble transparencia lo que sentían por el otro.
Para Cristóbal, todo aquello parecía imposible, y aunque conocía el riesgo, dejó de importarle en el segundo en el que la hizo suya. Por su lado, Mía aún se encontraba consternada, incrédula. Ella y Cristóbal. Dios. El hombre que había amado en secreto toda su vida. El hombre que… deseó miles de veces fuese el primero y ahora lo era. En su corazón no cabía la dicha.
Llegaron minutos más tarde.
— ¿Estás lista? — le preguntó Cristóbal tras apagar el motor del auto.
— Sí, pero, no puedo evitar sentirme nerviosa. ¿Y si… no lo aceptan? Ya sabes cómo es mi padre, mi madre, ellos…
— Lo sé — la protegían demasiado, sobre todo… después de haber tenido una pérdida. Mía era todo para ellos. La unigénita. Tomó sus manos entre las suyas y le regaló una sonrisa conciliadora —. Esta noche todo puede salir mal