“Qué lamentable. Es increíble que el muy hijo de perra siga causando problemas y no podamos encontrarlo. Pero bueno, en algún momento aparecerá”, dice Cassandra.
“Eso esperamos todos”, le respondo mientras Estefan cierra su computadora.
“Quiero preguntarte algo, pero quiero que me digas la verdad”, le digo a Cassandra.
“¿Cuándo te he mentido?”, responde. No miente, pero es buena escondiendo cosas importantes.
“La cicatriz en tu pecho, ¿a qué se debe?” Su mirada cambia a una de incomodidad; no esperaba que preguntara sobre eso.
“No me quedan cicatrices del ataque, Issa.”
“No es de este ataque, es de algo anterior. Y sé perfectamente que no es vieja, porque jamás te habían herido tanto como ahora. ¿Qué apareció…?”
“No es nada.”
“¿Cómo que no es nada, si está a unos centímetros de tu corazón?”, le digo, parándome del cómodo sofá en el que me encontraba.
“¿Cuál cicatriz? ¿A qué te refieres?”, pregunta Estefan, ahora completamente alerta, mirándonos a las dos, intentando entender de