ANTONIO LARREA
Saqué de mi bolsillo una cadena de plata y dejé caer en ella el anillo que solía usar en mi meñique antes de colgarlo alrededor de su cuello. No tenía otra cosa que pudiera darle para que me recordara. —Un día, Emilia, yo ya no estaré contigo…
—¿Por qué? —preguntó aterrada y sus ojos brillaron de tristeza—. ¡Prometiste que regresaríamos los tres a la finca!
—Emilia, yo no prometí nada… —dije con media sonrisa, era tan adorable cuando hacía ese puchero.
—¡Claro que sí! ¡Lo prometiste con la mirada!
—Emilia… eso no es posible…