LA AMANTE VIRGEN. CAPÍTULO 40. ¿Cuál?

No había mayor impotencia, odio o desesperación que la que podía sentir un hombre al saber que la mujer a la que amaba podía estar en peligro. Y lo peor de todo era no estar allí para protegerla; lo único que tenía era la tortura, la desesperación y todos aquellos sonidos que le llegaban a través del altavoz del teléfono.

El estómago se le revolvió en el mismo segundo en que escuchó algo que parecía una bofetada.

—¡Suéltame! —escuchó gritar a Charlotte—. ¡Suéltame, maldita sea, no me toques!

Para ese momento, ella ya estaba histérica, y él agonizando, y el único que realmente tenía poder en todo aquello era el infeliz que la había secuestrado.

—¿Y de verdad crees que resistirte va a servir de algo, idiota? —se carcajeaba él—. Tengo que confesar que me había olvidado de ti. ¡Siempre fuiste una condenada chiquilla tan sabrosa! ¡Dios, solo podía pensar en cómo iba a follarte día y noche! Solo podía pensar en cuánto iba a disfrutar rompiéndote. Solo p