Ramiro estaba muy impaciente en la puerta de la clínica junto a los demás escoltas. Mientras ellos reían y contaban chistes en una noche más de su trabajo. Él estaba nervioso por la respuesta del médico.

Se encontraba en un gran dilema moral y no sabía qué hacer. Por un lado no podía hacer nada. Sólo quedarse con los brazos cruzados y dejar que la mentira de Ximena cayera por su propio peso, pero sería casi una sentencia de muerte para la mujer que amaba con toda su alma.

O por otro lado podría buscar la manera de hablar con ese doctor y convencerlo de hacer esa cesárea aunque eso pusiera en riesgo la vida de un pequeño inocente que no tenía culpa de nada.

Ni siquiera una caja entera de cigarros o toda una botella de ron podría calmar los nervios de Ramiro esa noche.

—¿Qué te pasa, Ramiro? ¿Estás impaciente?—, bromeó Carvajal, uno de sus compañeros, al verlo como movía la pierna con angustia.

Ramiro no respondió y solamente ignoró la provocación de su compañero.

—Quiere saber si