20.
Daniel.
Se queda estática, con la respiración pausada y los ojos bien abiertos.
—¿Por qué te sorprendes? —acaricio su mejilla suave mientras absorbo su quietud. Me gusta cuando la dejo sin palabras. —Eres un espécimen raro, Elizabeth...
Sus pupilas se dilatan y su respiración retoma su curso normal otra vez.
—No soy su suya...
Chasqueo la lengua. —Qué lástima, porque ya lo he decidido.
—No estoy de humor para sus bromas, capitán. —se aleja dando algunos pasos atrás.
—Creí que ya habíamos establecido que las bromas no son lo mío. —vuelvo a sentarme en el escritorio volviendo a mi expresión seria.
Puede que no me crea, pero estoy bastante seguro de lo que digo. Le he dado una y mil vueltas al asunto, y al final, la única solución se remonta a esta mujer metida en mi vida de manera irremediable. Si la dejo a su suerte la matarán, ya sea que signifique o no algo para mí. Así que, ya que estamos, mejor dejo de fingir que no me importa lo que le pase y tomo las medidas adecuadas antes de q