El pie de Natasha no dejaba de rozar la pantorrilla de Darío, por debajo de la mesa del restaurante al que habían ido a almorzar, y él, como el caballero que era, no iba a negarse a un simple coqueteo de la hermosa dama, mientras explicaba, untando caviar a su pan, la manera en que Andrés Malagón podía recuperar el valor de su criptomoneda en los mercados internacionales.
—No tienes más alternativa que hablar con Akina y pedirle clemencia.
Esa era la parte que Andrés quería evitar. Su ego se había ido agrandando con los años, en la medida en que tenía éxito en donde otros fracasaban o en los momentos de crisis, cuando otros más le hablaban de abandonar sus esfuerzos.
—Pierdes el tiempo y los a&nt