Todos lo hacen, pero no a todos los descubren

La primera vez que sonó el celular, Fabricio dejó pasar la llamada. Estaba encima de Sonia, su amante, intentando conseguir que tuviera un orgasmo, una tarea en la que veía que tendría que esforzarse más y reprimir, con más ahínco, la llegada del suyo. El celular volvió a sonar y, esta vez, Fabricio intentó ver quién era sin perder la posición en la que estaba. No tuvo suerte y lo volvió a dejar pasar, pero cuando el celular repicó por tercera vez, no tuvo otra opción que dejar lo que estaba haciendo, sacar su pene húmedo de la cavidad en donde la estaba pasando tan bien y tomar el teléfono. Eran las tres y veinticinco minutos de la mañana.

—¿Si?

Era Diomedes y sonaba alarmado. 

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