El niño parecía tener la misma estatura que Chris. Con los ojos entrecerrados, el rostro apagado y la cara cubierta de grandes manchas de eczema rojizo, apenas se distinguían sus facciones, pero aun así despertaba compasión.
El corazón de Alessia se tensó de manera involuntaria. Ya no podía preocuparse por las apariencias y se adelantó para ofrecer ayuda.
De forma inesperada, Dominic se apartó de su camino.
Su fría mirada se clavó en el tendero nervioso y, con voz helada, preguntó con calma:
—¿Le pusiste mariscos a la comida?
—¡No, no! —el hombre, de unos cuarenta años, estaba al borde del llanto. Negó primero con insistencia, pero de pronto pareció recordar algo.
Como si encontrara un último salvavidas, empezó a soltarlo todo atropelladamente:
—Bueno, sí… sí, cuando mariné los chicken tenders, les añadí salsa de mariscos. ¿Por qué? ¿También esa salsa puede causar intoxicación? ¡Eso es imposible!
—No es intoxicación, es una alergia alimentaria —dijo Alessia con calma desde un lado.
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