Lo primero que Ana Paula pensó cuando ocupo un asiento en aquel consultorio fue que no deseaba estar en ese sitio.
No importaba lo lindo y acogedor que parecía ser el consultorio, ni mucho menos importaba la mirada compresiva que acababa de lanzarle su psicóloga. Simplemente, la incomodidad se había instalado en su ser y se negaba a dejarla dar un paso adelante.
«Recuerda la razón por la que estás aquí», le gritó su mente con una voz muy parecida a la de Fabián Arison.
Ana Paula inhaló una profunda bocanada de aire para tratar de controlar su ansiedad, mientras recordaba la parte positiva de todo esto: Fabián la acompañaría a cada una de sus consultas.
Si esto no le ayudaba a tomar ventaja, entonces no sabía que lo haría.
Así que sí.
Este era un mal necesario que debía de afrontar con valentía y determinación.
—Cuéntame, Ana, ¿entiendes la razón por la que estás aquí? —preguntó su psicóloga, rompiendo el silencio que se había apoderado de la habitación.
—Supongo que sí —reconoció con