Capítulo 4
—Mamá.

Bajé la mirada, Camila estaba parada frente a mí. Llevaba puesto un vestidito rosa, parecía una pequeña princesa.

—Mami Viviana me mandó a decirte —me dijo, con un tono indiferente, como si le hablara a una extraña—, que van a cortar el pastel.

—Gracias por venir a avisarme —dije, agachándome para quedar a su altura.

Inmediatamente, dio un paso hacia atrás.

—Mami Viviana dice que es mejor que te alejes, para no arruinar el ambiente de hoy.

Sentí como si me clavaran un puñal en el corazón. Mi hija de cinco años estaba repitiendo la crueldad de otra mujer.

—Camila —le dije suavemente—, quiero contarte...

—¡No quiero escuchar! —Mostraba su carita de fastidio—. Siempre haces que mami Viviana se ponga triste. ¡Te odio!

Después de decir eso, se dio la vuelta y salió corriendo, gritando mientras corría.

—¡Mami Viviana! ¡Mami Viviana!

—Pobre Mariana —alguien cerca comentaba en voz baja—. Ni siquiera su propia hija la quiere.

—Es que siempre estaba ocupada con el trabajo. Viviana es tan buena, siempre acompaña a la niña.

La mano con la que sostenía la copa de champagne me temblaba. No por los comentarios, sino por el «te odio» de Camila.

Era mi hija, la hija que llevé nueve meses en mi vientre… En ese momento, me dijo que me odiaba.

Me quedé parada entre la multitud, como una espectadora más. Mi esposo, mi hija, mi familia, todos giraban alrededor de Viviana. Y yo sobraba.

—Qué escena tan conmovedora —dijo mi madre acercándose—. Mira qué tanto quiere Camila a Viviana. Mariana, deberías reflexionar.

—Exacto —concordó mi padre, también aproximándose—. Los ojos de los niños son los más sinceros. Que ella escoja a Viviana significa que es más apta para ser madre que tú.

No dije nada. ¿Qué más podía decir? Ante sus ojos, yo siempre estaba equivocada.

Después de que terminó la fiesta, me fui. Nadie notó mi partida, todos estaban rodeando a la "feliz pareja" para felicitarlos.

Al llegar a casa, fui al estudio.

—Carmen —llamé a la enfermera que me había acompañado todo este tiempo—, necesito un favor.

—Dígame, señora.

Le entregué una memoria USB.

—Aquí hay algunos videos y grabaciones. Mañana, a las ocho de la mañana, envíaselos a Carlos.

—¿Esto es...?

—Unas verdades —respondí, sonriendo débilmente—. Las últimas palabras de una muerta deben ser escuchadas. —Saqué unas cartas—. Esta es para mis padres y esta para Camila; dásela cuando cumpla dieciocho.

—Señora... —Carmen ya no podía contener el llanto.

—Y una cosa más… —Abrí la caja fuerte y saqué una pequeña cajita—. Este es el anillo de mi mamá, el verdadero. Guárdalo para Camila, dile que siempre la amaré.

Después de arreglar todo, me recosté en la silla. No tenía más fuerzas.

Afuera los fuegos artificiales brillaban, celebrando el compromiso de Carlos y Viviana. Qué irónico, la última noche de mi vida la pasé celebrando su felicidad.

—Quedan pocas horas, Mariana —me dije a mí misma—. Aguanta.

Sabía que mañana, cuando la verdad saliera a la luz, todo cambiaría. Y ya no estaría aquí.

Esta era mi venganza: Apostar mi vida para que vivieran en el arrepentimiento.

—Buenas noches, mis amores —cerré los ojos—. Que el resto de sus vidas recuerden que una vez hubo una mujer tonta que los amó más que a su propia vida.

......

A las seis en punto de la mañana, el corazón de Mariana dejó de latir.

Carmen estaba sentada junto a la cama, llorando desconsoladamente. Sostenía su mano fría. Veía a una mujer, que una vez fue orgullosa, con una sonrisa de alivio en la cara.

A las ocho en punto, marcó el número de Carlos.

—¿Hola? —Del otro lado llegó una voz cansada.

—Señor Duque, soy Carmen… La señora... ella falleció.

Se hizo un silencio prolongado.

—¿Qué dijiste? —La voz de él se volvió aguda—. ¡Es imposible! Anoche estaba en la fiesta.

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