Estaba agitado y acalorado. Normal. Apenas había conseguido poder escapar de esa reunión tan frívola. Por dentro, se sintió algo culpable por dejar sola en eso a Clarissa, mas sabía que podría con la situación.
Para llegar a la cabaña tuvo que ir hasta su casa, buscar su celular, encontrar la dirección y dirigirse al lugar. Llamó a Ciabel una, dos, tres veces. Ninguna de esas llamadas fue atendida.
Abrió la puerta de la cabaña en la que lo esperaba. Estaba vacía a excepción de una vela y unos bombones.
El aroma era dulce y le recordó a la misma mujer a la que estuvo cerca de ver.
Se sentó en el colchón pasando una mano por su pelo y resopló. Ese sin duda no era su día.
Miró su celular, pensativo y soltó el aire que estaba reteniendo. Decidió intentarlo una última vez y llamó.
Movió la pierna con nerviosismo.
Sonó el timbre una vez.
—¿Hola?
—Cia, gracias a Dios, yo...
—¿Tuviste un problema? ¿Estás bien?
Le preocupó el tono apático con el que le respondió.
—Sí, lo lamento. Tuve una