Nicolás respondió con calma: —¿Qué tienes que decir?
Alejandro le preguntó en tono grave: —¿Qué estás sugiriendo?
Nicolás continuó comiendo una manzana sin prisa: —Puedo hacer que mi madre venga aquí.
Alejandro sonrió con ironía: —Eres su hijo, ¿crees que necesitas sugerir eso? Tarde o temprano, ella vendrá por ustedes debido a ustedes.
Después de decir esas palabras, Alejandro se levantó directamente y se dirigió hacia arriba, dejando a Nicolás desconcertado. ¿Cómo había sido incapaz de manipularlo?
En casa de los Rodríguez, Don Gabriel estaba furioso y gritando: —¡Un grupo de inútiles! ¡No pudieron cuidar a dos niños!
Manuela trató de consolarlo: —Abuelo, no te enfades. Mi salud no vale la pena el enojo. Estoy bien.
Andrés, con la mirada fría, entró en la sala y miró a su abuelo enojado.
Le dijo en voz baja: —Abuelo, ¿por qué estás tan irritable hoy?
Don Gabriel levantó la cabeza repentinamente y lo miró. —¿También planeas quedarte al margen como hace cinco años, cuando ocurren cosas