Samuel miraba fijamente a Ximena, incapaz de expresar las innumerables palabras que aún tenía por decir.
Después de un largo silencio, Samuel soltó la mano de Ximena y se levantó para dirigirse a la puerta.
Cuando su mano tocó el picaporte, volvió a mirar hacia la cama.
Sus ojos marrón claro, aún puros y sin rastro de maldad, solo reflejaban tristeza y arrepentimiento.
Luego, apartó lentamente la mirada y abrió la puerta con determinación.
Afuera, el guardia se sorprendió al ver salir a Samuel.
Samuel le dijo:
—Sé que no eres uno de mis hombres, pero no necesitas hacer nada. Bajaré a verlos.
Viendo alejarse a Samuel, el guardia inmediatamente avisó a Dolores:
—¡Señorita Olivares, Samuel está bajando!
Dolores recibió el mensaje y miró a Alejandro, que también lo había escuchado.
El rostro de Alejandro se ensombreció. Había oído claramente lo que Samuel le dijo a Ximena.
Ahora...
Alejandro apretó los labios, abrió la puerta del auto y bajó directamente.
Dolores tampoco intentó detenerl