—Ahora tú tampoco puedes irte. ¿Cuándo piensas dejarme bajar?—preguntó Ximena.
Samuel bajó la mirada y dijo con voz ronca:
—Xime, ¿podrías concederme dos peticiones?
Para poder irse pronto, Ximena respondió:
—Mientras esté dentro de mis posibilidades, puedo aceptar.
Samuel sonrió levemente.
—Bien.
Ximena esperó a que él hiciera sus peticiones, pero después de un buen rato, Samuel seguía sin decir nada.
Confundida, Ximena preguntó:
—¿Y las peticiones?
—Una de ellas te la diré más tarde—dijo Samuel poniéndose de pie nuevamente.
Ximena lo observó acercarse paso a paso, agarrándose nerviosa a los brazos de la silla.
Samuel se detuvo frente a ella, se inclinó y dijo:
—La otra petición es que me acompañes una noche más, Xime.
Ximena lo miró con los ojos muy abiertos.
—Samuel, no hagas locuras.
Samuel respondió:
—No haré nada. Solo quiero que duermas tranquilamente aquí, haciéndome compañía.
Dicho esto, sin que Ximena se diera cuenta, Samuel sacó una aguja de plata y rápidamente la cla