Yaritza miró el plato de arroz frito que le entregó y luego miró a David. ¡Ni siquiera se molestó en tomar la comida!
—No tengo idea, no lo conozco y no puedo encontrar información alguna sobre él.
David la observó detenidamente mientras explicaba con urgencia, arqueó las cejas y le ofreció de nuevo el plato de arroz frito.
—Señorita Escobar, ya es bastante difícil cortejarte, y ahora la dificultad ha aumentado. ¿Puedes concederme un privilegio?
Hacerlo desistir no era una gran opción. A pesar de grandes las dificultades, no había lugar para la palabra «rendirse» en su vocabulario. Después de todo, en esos quince años, ella había sido su única esperanza y razón para seguir adelante.
—¿Qué tipo de privilegio?
Yaritza sostuvo indecisa la cuchara, levantó la vista hacia David y le preguntó sin entender.
—El privilegio de que aceptes que te corteje.
…
Yaritza sintió que sus orejas se calentaban. Prensó sus labios y cambió de tema: —En medio de la nada, el dinero no puede llenar el estómago