No pertenecía a ninguna de las filas; era más bien el perrito faldero de Lianna, siempre que aparecía se pegaba a ella como un chicle, un chicle dispuesto a estrangular a cualquiera que se atreviera a mirar mal a su dueña.
— Toc toc.Lianna lo miró un momento desde su escritorio y luego volvió a sus negocios.— Tanto tiempo, Chad.— Saludó sin apartar la vista del ordenador.— Tan hospitalaria como siempre, jefecita.— Sabía cuanto le disgustaba que la llamara así, pero le divertía. — ¿A qué se deben sus nuevos juguetes?— ¿Te refieres a las cámaras?.— Se quitó los anteojos y se recostó en su silla.— Hemos tenido unos cuantos inconvenientes, me pareció buena idea hacer un perímetro en toda la casa.— ¿Se refiere a infiltrados?— Sip.— Respondió sin darle mucha importancia.— Bien...¿Algún trabajo para mí?Y Lianna procedió a darle los detalles; solo él podría hacer un trabajo como este sin dejar rastro a