Capítulo 3
Rue se acomodó el cabello y se bajó un poco más el cuello de la blusa. Yo apreté la cartera con fuerza y la seguí. Como era de esperarse, se detuvo afuera de la habitación privada de Troy.

En cuanto se abrió la puerta, ella se lanzó a los brazos de Troy. Me quedé en un rincón oculto, observando sus figuras entrelazadas a través de la estrecha rendija de la puerta.

Si él tan solo la hubiera apartado, yo habría dado media vuelta para volver a casa, quemar la foto y fingir que nada de esto había pasado.

Sin embargo, no lo hizo. Al contrario, la tomó por la cintura y la sentó con cuidado en su regazo.

—Llegaste rápido.

Ella levantó la cara con una sonrisa dulce.

—Te extrañaba.

Él la besó en los labios y su mirada se cargó de deseo.

—Ten, tu premio.

Las quejas y las risas estallaron en la habitación.

—¡Ya, dejen de estarse exhibiendo!

—La tienes muy fácil, Troy. Como Estelle no tiene loba, nunca se va a dar cuenta de que estás de vago con otra.

El tono que usaban era el mismo de las bromas y burlas ligeras que me habían dedicado hacía apenas unos minutos. Solo en ese momento me cayó el veinte: todos sabían lo de él y Rue, menos yo.

Jamás imaginé que mi loba sellada se convertiría en la mayor ventaja de Troy para engañarme. Me quedé paralizada mientras las lágrimas rodaban por mi cara sin control.

Una traición en vivo dolía mucho más que cualquier fotografía. Mi loba aullaba en mi interior, destrozada y con el alma rota. Di media vuelta y me alejé; sentía que las piernas me fallarían en cualquier momento.

Los guardias notaron que me había puesto pálida e intentaron entrar para avisarle a Troy, pero los detuve.

—No le digan que regresé.

Él no tenía idea de que el secreto que más quería ocultarme ya estaba al descubierto, ni se imaginaba que la Luna que juraba no poder perder ya estaba planeando su huida.

La lluvia empezó a caer con fuerza mientras iba camino a casa. Recordé otra noche lluviosa en la que Rue decidió declarársele a Troy.

Ella sostenía una sola rosa con los dedos temblorosos y las mejillas rojas de la vergüenza.

—Me gustas, Troy.

Él despedazó esa rosa frente a todos, arrancando pétalo por pétalo.

—En mi vida solo habrá una Luna. Ni se te ocurra hacerte ideas que no van. Me das asco.

Esa escena se me quedó tan grabada en la mente que nunca volví a creer en la profecía de la bruja.

Ahora, esas mismas manos que destrozaron una rosa por mí estaban aferradas a la cintura de ella en nuestro sexto aniversario.

Fui sola a la enfermería de la manada con la intención de interrumpir el embarazo del cachorro. Sin embargo, la sanadora me entregó una imagen que mostraba la pequeña silueta de mi bebé.

—¡Muchas felicidades, Luna! Su cachorro se está desarrollando muy bien —exclamó la sanadora con entusiasmo—. Mire... aquí se ve su manita y su piecito...

Mis manos temblaron al sostener el ultrasonido y, al final, no pude decir que quería abortar al cachorro. La sanadora me dedicó una sonrisa radiante.

—¡Es una noticia maravillosa! ¿Le avisamos al Alfa Troy?

—No —murmuré, sacudiendo la cabeza con los ojos llenos de lágrimas—. Quiero que sea una sorpresa.

Una verdadera sorpresa, de hecho, porque planeaba llevarme al cachorro y dejarlo. Pasé la noche en la enfermería de la manada y regresé a casa hasta el mediodía del día siguiente. En cuanto abrí la puerta, el mayordomo casi se desmaya del alivio.

—¡Por fin volvió! ¡El Alfa Troy la ha estado buscando como loco!

Me quité el chal húmedo por el rocío con calma.

—¿Para qué me busca?

El mayordomo se quedó confundido por mi pregunta y tartamudeó.

—Es que... pensó que usted... lo había dejado.

Solté una carcajada sin ninguna emoción. Si me amaba con todo su corazón, ¿por qué tendría miedo de que me fuera? Solo alguien con la conciencia sucia entraría en pánico de esa manera.

En el momento en que entré al vestíbulo, un aroma denso y agobiante me golpeó. Era el tipo de feromonas que un Alfa solo liberaba cuando la ansiedad lo estaba consumiendo.

Había vidrios rotos por todo el suelo. Unas marcas profundas de garras destrozaban el descansabrazos del sillón, como si una tormenta hubiera pasado por la sala. Troy caminaba de un lado a otro, inquieto.

En cuanto me vio, se lanzó hacia mí y me apretó contra su pecho con tanta fuerza que parecía que quería fusionarme con sus huesos.

—¿En dónde estuviste toda la noche, Estelle? —rugió, entre el alivio y el miedo—. ¡Te busqué por todos lados! Pensé... ¡pensé que ya no ibas a volver!

Le di unas palmaditas suaves en la espalda.

—Ya estoy aquí, ¿no?

Hundió la cara en mi marca de pareja; su cuerpo temblaba a pesar de su esfuerzo por mantenerse firme.

—Prométeme que no vas a desaparecer así otra vez. Eres mi vida, Estelle. Si te perdiera, sería como morir.

Bajé la mirada y me quedé callada. En dos días no volvería a encontrarme, sin importar qué tan desesperado se pusiera. Miré sus ojos rojos y luego me di la vuelta para recoger una caja envuelta que había preparado antes.

—No te preocupes. Ten, aquí tienes tu regalo de aniversario.

Se quedó sorprendido, el pánico desapareció de su cara y sintió alegría.

—Tú...

—Es una sorpresa para ti —dije, levantando la mirada para mirarlo con una sonrisa que me costaba mantener—. Pero me tienes que prometer que no la vas a abrir sino hasta dentro de dos días.

Era tanto un regalo para Troy como la última ofrenda que le daría a esta farsa de vínculo que duró seis años.

—Está bien, te lo prometo —respondió emocionado, tomando la caja casi con devoción.

Apenas terminó de hablar, el timbre empezó a sonar con insistencia. Dejó la caja y fue a abrir. Afuera estaba Rue, con una sonrisa radiante iluminándole la cara.
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