Por otro lado, en la enfermería de la manada, Troy observaba la pantalla después de haber enviado el último mensaje, pero no llegaba respuesta alguna. Arrugó la frente, invadido por una extraña inquietud que lo recorrió de pies a cabeza. Yo jamás ignoraba sus mensajes de esa forma.
Cuando estaba a punto de escribir de nuevo, aparecieron varias notificaciones. Eran, una tras otra, las burlas que Rue me había enviado y que yo acababa de reenviarle.
Troy no podía creer lo que leía. Alzó la mirada, clavando los ojos en Rue, quien yacía en la camilla. Su mundo se vino abajo, y todos sintieron la intimidación propia de un Alfa.
—¿En serio le mandaste esto?
Rue palideció; el miedo se le notaba en cada rasgo de la cara.
—Yo... yo no...
—¿Que no?
Arrojó la piedra de comunicación frente a ella y su voz retumbó en la habitación:
—¡Te advertí que no la provocaras!
Al ver sus propios mensajes en la pantalla, ella perdió el control y comenzó a gritar:
—¡Solo dije la verdad! ¡Estoy esperando a tu cac